Capítulo 12




Lo que trae la tormenta




         Regresó abriéndose paso a través de los planos, como lo haría un explorador en la jungla cerrada, con las manos sobre los hombros de Ash y Emu, guiándolos. Allí, dónde el amanecer parecía detenerse, dónde la salida del sol se postergaba indefinidamente…
         Todo seguía tal y como lo había dejado; la casa y esa bomba de pesadumbre que la cubría. Todo excepto las protecciones, que habían sido retiradas dejándoles el camino despejado. Una invitación, eso es lo que era. Y supo en el acto que él no se encontraba dentro. Emesh no estaba.
         —No está, pero hay alguien —susurró Ash.
         Miró arriba, al firmamento, tratando de orientarse. Estaba anocheciendo y el cielo plomizo aparecía cubierto de nubes, igual que la última vez que estuvo allí. Había estado lloviendo, y el olor a humedad de la tierra se mezclaba con todas las sensaciones que lo invadían. No podía ver las estrellas, ni nada que le indicase dónde se hallaban.
         —¿Dónde coño estamos? —preguntó volviéndose hacia Emu.
         Su hermano tenía la capacidad de comunicarse con la tierra. Ella le hablaba en silencio, solo a él. Éste se agachó y paseó la mano por el suelo, acariciándolo, cerrando los ojos concentrado.
         —No estamos muy lejos de casa —dijo en un tono vago.
         —Genial, eso también te lo podría haber dicho yo.
         La diferencia de hora debía ser mínima, cuando salieron de Islandia también anochecía.
         —Inglaterra —afirmó Emu haciendo una mueca tras una breve pausa.
         Se puso en pie, y los tres se miraron decidiendo qué hacer.
         —Marduk está ahí dentro —dijo Ash—. Creo que nos está esperando.
         No sentía la presencia de la mujer como días atrás. Quizá Emesh se la había llevado con él…
         —Pues no le hagamos esperar más.
         Emprendió el camino que llevaba hasta la puerta sin poner ningún cuidado en no ser visto. Si los estaban esperando, ¿qué sentido tenía?

         —¿Sabes dónde está?
         Ash negó con la cabeza sin volverse a mirarlo, escrutando con atención en busca del gigante, como si pudiese ver el interior de la casa. Un cuervo graznó en alguna parte tras ellos, y tuvo que reprimir el impulso de girarse. Sentía la tensión en los hombros como una advertencia, esa tensión que hace que estés preparado para cualquier cosa. El peso de la espada curva en su espalda le resultaba familiar y reconfortante, y alzó la mano para soltar el fino enganche que la mantenía sujeta en su funda.
         —Entremos.
         Sus hermanos le siguieron por los pasillos, sin separarse de él ni tres pasos. Ash mirando al frente, como él; Emu a su espalda. Habían entrado por la puerta principal y cruzaban salones que, años atrás, debieron ser infinitamente lujosos. El tiempo se había cebado en sus raídas cortinas y alfombras, en los tapices que pendían de las paredes. Sin embargo, sentía allí la esencia de los dos sumerios, y también la de la muchacha. Era en aquella parte de la casa dónde pasaban más tiempo, alejada de dónde él había permanecido encerrado. Caminaron despacio hasta que una sombra descomunal se recortó en una de las puertas dobles.
         Marduk parecía tranquilo, ciertamente, como si los estuviese esperando. Su gélida mirada los atravesó a los tres, pero fue en Ash dónde se detuvo. Ambos se examinaron con atención como si no existiese nadie más. Pudo ver una enorme cicatriz a un lado del cuello y otra cruzándole el vientre. Ambas muy tiernas, rosadas, recubiertas por una fina capa de piel que parecía querer resquebrajarse en cualquier momento.
         Y quien sabe cuánto tiempo pasaron así los dos, Ash y el sumerio, únicamente observándose. Hasta que Ash ladeó la cabeza y le hizo un gesto al gigante en su dirección. Éste asintió con el ceño fruncido y volvió sus ojos negros hacia él. Ojos negros, las puertas a un oscuro corazón que no se molestaba en ocultar. Marduk hizo una mueca de asco antes de meter la mano en el bolsillo de los pantalones de piel y sacar algo que reconoció al instante: la gema roja que Emesh había llevado al cuello. Quizá no fuese la misma, no estaba seguro. Quizá fuese una idéntica… Aunque algo en su interior le decía que no era así. Puede que el tenue brillo que emitía, como si no hubiese nada más en el mundo capaz de brillar de aquel modo. Se la lanzó y él la cogió al vuelo.
         Y en ese momento todo cambió.

         Los latidos débiles y espaciados de un corazón a punto de detenerse. Palpitaba despacio en su mano, como si él tuviese ahora el poder sobre la propia vida o la misma muerte. Era una sensación aterradora que le atenazó la garganta. La sorpresa de descubrir lo que tenía en las manos,  descubrir que era ella, y descubrir el poder que encerraba aquel pequeño cristal le revolvió el estómago.
         —Vörj… —la voz de Ash lo sacó de su estupor—. Ella está en las caballerizas, ve a buscarla y llévala a casa. Vete con Emu, id los dos.
         Emu protestó y Ash lo acalló levantando la mano.
         —Esto es cosa mía —dijo él sin más, mirándolos a ambos—. Daos prisa.
         Y sentía la urgencia de la vida de la mujer al límite, no tenían tiempo para discutir.
         —Maldita sea, joder —masculló antes de dar media vuelta y salir corriendo.
         Emu le siguió pisándole los talones sin decir palabra. Ignoraba si su hermano estaba al tanto de lo que había pasado en aquel pasillo, pero en cualquier caso no preguntó, simplemente se limitó a hacer lo que se le pedía.

         No le costó demasiado encontrar el sitio, podía seguir la señal de la gema como si fuese una bengala en la oscuridad. Una que estaba a punto de extinguirse… Las caballerizas estaban situadas junto al edificio principal, pero aparte, enormes como para albergar a docenas de animales. El olor de la sangre y el miedo lo golpeó incluso antes de atravesar el gran portalón de madera.
         Ella pendía de un gancho en el centro, sobre un charco oscuro y coagulado. Su pálido cuerpo teñido de rojo, surcado por infinidad de profundos cortes. Demasiados como para llegar a contarlos siquiera.
         —Oh, Padre… —susurró su hermano a su lado. Emu corrió hacia ella y la tocó con suavidad—¡Está viva! —exclamó sorprendido.
         —Ayúdame a bajarla —le dijo.
         Entre los dos la sacaron del gancho con cuidado. Una vez en el suelo la tendieron y cortaron las sogas de las manos. Las tenía negras, lo que indicaba que llevaba allí colgada una eternidad. Negras y heladas. Las frotó con delicadeza, esperando que la circulación volviese, aunque no parecía quedarle ya ni una gota de sangre en el cuerpo. Sus muñecas estaban adornadas, además de por las terribles laceraciones propias de la cuerda,  por unos brazaletes llenos de inscripciones en una lengua que identificó enseguida. Su hermano le lanzó una mirada significativa, pero se guardó el comentario para él.
         —Tráeme algo para cubrirla, ¿quieres?
         Emu salió corriendo fuera del recinto, rumbo a la casa de nuevo. Entre tanto, observó las manos con más detenimiento. La soga le había hecho unos cortes profundos que casi parecían llegar hasta el hueso. Se fijó en que tenía un hombro dislocado, y lo devolvió a su posición natural con un movimiento seco aprovechando que estaba inconsciente. Fue entonces cuando vio el mordisco, allí mismo. Si le giraba la cabeza encajaba perfectamente: era suyo. Se había mordido con ganas, sin medias tintas, desgarrando piel y carne. Sintió rabia y repugnancia y, en aquel momento, no hubiese sabido decir cuál de las dos iba ganando. Emu regresó entonces con una manta raída, similar a la que había utilizado él mismo días atrás.
         —Es lo mejor que he podido encontrar —dijo adivinándole el pensamiento.
         —Servirá.
         —Algunas de las heridas más profundas habían comenzado a cicatrizar, pero las han reabierto de nuevo —susurró su hermano junto a él mientras la extendía, señalando una incisión sobre los riñones. Sí, se veía claramente como la piel de los bordes había querido volver a juntarse, pero un nuevo corte aparecía sobre ella.
         La pusieron encima de la manta y la taparon, asegurándose de que el cuerpo conservaba todo el calor posible. La levantó en brazos, colocándola de manera que el hombro dislocado quedase hacia afuera. Era menuda y, aún así, se sorprendió de lo poco que pesaba. Los pies sobresalían por el extremo, de un blanco que hacía daño a la vista, contrastando con el rojo de la sangre que la cubría por completo como una segunda manta.
         —Vamos —dijo sin más.
         —¿Qué hacemos con Ash? —preguntó su hermano.
         —Nada.
         —¿Vamos a dejarlo solo?
         —Sí, así es.
         Arikel quería resolver aquello solo, lo había visto en esos ojos grises que conocía tan bien. Debía apartarse y dejarlo. No había sido una petición, había sonado más bien a que no le quedaba más remedio que claudicar... Y de no ser así, perdería su confianza. Lo perdería a él, quizá para siempre. Y estaba decidido a conservarlo, fuese como fuese. Incluso haciéndose a un lado, si era eso lo que necesitaba. Para él el encuentro con Marduk era algo personal y debía respetarlo. Emu torció la boca y resopló, dando a entender que no estaba de acuerdo.
         —Es hora de irse, Emu, se nos agota el tiempo.
         Y no tuvo que añadir más. Su hermano salió delante con paso ligero y los dos desandaron el camino hasta el punto en el que habían aparecido. El silencio era sepulcral. Ningún sonido provenía de la casa, ni conversaciones ni dos hombres a punto de matarse. Era inquietante. El silencio casi siempre lo es. Y al igual que la última vez, echó un vistazo antes de desaparecer, con la esperanza de no tener que regresar jamás. Hasta que sintió el peso de la mano de Emu en su hombro. Esperaba no haber recuperado a Arikel solo para perderlo definitivamente poco después. Y con ese único pensamiento en la cabeza, se perdió en la noche.


* * *

         La información le llegaba en pequeñas dosis, como extraídas con un cuentagotas. Información justa, nada que comprometiese a Emesh, pese a que el gigante que tenía ante él lo odiaba a muerte. Eso lo dejó claro. El sumerio aborrecía a cualquiera en general, pero a su propio hermano… A él le guardaba un lugar especial en el fondo de su corazón. Vio lo que habían sido los dos días anteriores para él y sintió como la repugnancia lo invadía. Marduk se había empleado a fondo para mantener el control sobre sí mismo, para alargar el momento de dicha. El único momento de paz que había tenido en su vida desde hacía mucho tiempo… Y sin embargo, al final, quiso redimirse de alguna forma entregándosela a ellos. Allí a dónde se dirigía ya no necesitaría a la mujer, sería libre por fin. Libre de su hermano, de su obsesión, libre de la vida que le habían obligado a llevar. Libre de todo. Libre. La rabia ciega se había enfriado, dejando únicamente una estela de desprecio por todos y todo. La cabeza fría, y el pulso templado.
         Ash había limpiado la espada corta del hombre como si fuese su propia arma. La sacó y se la lanzó, y él la atrapó en el aire, rompiendo el contacto visual que tenían unos segundos para contemplarla. Pasó su mano por el filo, cortándose la palma, comprobando que ya no había veneno en la hoja. Estaba complacido. La cabeza fría, y el pulso templado. Estaba preparado. Volvió a mirarlo y asintió.
         Marduk deseaba la muerte, pero no se la iba a regalar. Tendría que tomarla por las malas, luchando con uñas y dientes. Exactamente igual que la primera vez.
         Sacó los estiletes de su funda y se dispuso a complacerlo.