Capítulo 23




Todo sigue su curso




         Atravesó apresuradamente los arcos para salir de aquel lugar. Ash lo esperaba fuera, sentado en la hierba, y sonrió cuando sus ojos se encontraron. Le tendió la mano para que lo ayudase a levantarse y se alejaron de allí, camino a las estancias de Elariel.
         —Les has dicho que no, entonces.
         —Les he dicho que no. No mientras dure la tregua. Escogerán a alguien competente, alguien que sepa asumir sus responsabilidades… —añadió, esbozando una mueca amarga al recordar las palabras de Viktor.
         —Deja de decir tonterías, no es culpa tuya. Todo cambia y nosotros también —Ash se detuvo y lo cogió del brazo, obligándolo a volverse hacia él —. No es culpa tuya.
         Se sentía responsable de todo. Había sido él el que recomendó a Viktor en su día, y era evidente que no había tenido muy buen ojo a pesar de que fuese la elección más obvia. Si se hubiese parado a pensar en lugar de hacer las cosas deprisa solo para sacudírselas de encima… Si se hubiese tomado su tiempo en lugar de escoger el camino fácil… Pero aquellos días no estaba para pensar. En realidad, no había vuelto a pensar en nada desde entonces… Desde que Ash se fue. Desde entonces era un puto desastre, incapaz de centrarse en algo que no fuese autocompadecerse. Joder, lo que más le escocía era que Viktor tenía razón. En todo.
         Había puesto al consejo al corriente de lo sucedido, en líneas generales, al menos, y Viktor había sido destituido y desterrado de una forma discreta. No les interesaba que el asunto saliese de allí, que el resto de círculos se enterasen de que uno de los suyos había sacado a pasear a dos demonios sumerios que portaban a uno de los Antiguos. No les interesaba en absoluto porque siempre hay alguien dispuesto a exigir responsabilidades, aprovechando cualquier excusa para permitir que rueden unas cuantas cabezas. Las del consejo de otro círculo, preferiblemente. Así que el asunto había quedado convenientemente enterrado. Él había albergado en secreto la esperanza de que le diesen caza, pero no se arriesgarían a que Viktor alborotase viéndose perseguido. Si él no volvía a molestarlos, ellos no lo molestarían a él. Recordar cómo se hacían las cosas allí, en su hogar, bastó para recordarle también otro de los motivos por los que se había ido sin mirar atrás. Era cierto que llevaba mucho tiempo apartado, pero también era cierto que había pasado muchísimo más haciéndose cargo de todo. Regresaría, tal y como les había prometido, si la tregua concluía. Sería él, una vez más, el que se pondría al frente sin protestar… Y solo de pensarlo quiso regresar de inmediato a Islandia.
         —No vas a quedarte, y la decisión tiene más que ver con ella que con cualquier otra cosa —le dijo Ash, poniéndose en marcha de nuevo.
         Le costaba verlo vestido con las finas telas de su hogar. Incluso allí había escogido siempre el negro. Tenía buen aspecto tras pasar un mes entero recibiendo las atenciones de Yo y alimentándose correctamente. La herida había cerrado por fin, dejando la terrible huella en su piel. Casi parecía el de antes. Casi, excepto por las cicatrices de su cuerpo y las que dejaban adivinar sus ojos. Caminaba con la cabeza alta, mientras aquellos que se cruzaban con él bajaban la mirada. Si se paraba a pensarlo fríamente, entendía que se hubiese ido. El camino del lector era un camino solitario, su propio pueblo le temía. A nadie le gusta que otra persona -un desconocido-, esté al corriente de lo que escondemos en nuestro interior. Que sepa exactamente lo que estamos pensando mucho mejor, incluso, que nosotros mismos… Quizá su hermano tenía razón y había decidido pensando en ella. Y había pensado mucho, joder.
         Ash había pasado el mes allí con Yo, mientras Emu permanecía sedado. Él lo había pasado en su casa, con Hylissa. Quería estar con sus hermanos, y lo hubiese hecho de estar Elariel despierto. Pero dejarla tanto tiempo sola después de lo que había sucedido… Le habían prometido que lo avisarían cuando llegase el momento porque necesitaba estar presente cuando Emu abriese los ojos de nuevo pero, hasta entonces, se había quedado junto a Hylissa.
         Se había quedado con ella, y también la había evitado todo lo que había podido. Y un mes a solas daba para poder más bien poco. Había puesto empeño en olvidar, en hacer la culpa a un lado… Y, especialmente, en desechar el deseo de tocarla. Y las tres cosas se le resistían. Se le habían hecho más cuesta arriba conforme pasaban los días y ahora mismo ya le parecían un imposible...
         —No sé qué hacer —admitió, acelerando el paso para ponerse a su altura.
         —Cuando alguien te interesa más de la cuenta siempre buscas alguna excusa para salir corriendo. Es algo que ha pasado en tan pocas ocasiones que no lo recuerdas de una vez para otra. Y es algo absurdo, porque nunca corres lo suficientemente lejos. No estás hecho para resistirte, Vörj, y a estas alturas ya deberías saberlo.
         —Bueno, hay motivos de peso, como ya sabes.
         —Sí, lo sé muy bien, no dejas de rumiarlos. Y sobre esos motivos de peso… ¿Piensas castigarla a ella por lo que pasó?
         —No la estoy castigando… —repuso indignado.
         —Lo haces. Ella lo tiene más claro que tú, como ya sabes. Y si ella no piensa que todo eso a lo que no dejas de darle vueltas es un impedimento, no veo porqué tienes que creerlo tú.
         —¿Y si luego todo sale mal? No podemos irnos cada uno por su lado, tengo una responsabilidad con ella.
         —Sobre la gema, pensar así es ridículo. Nadie sabe lo que va a pasar, salvo Yo, quizá —añadió con una media sonrisa—. Si sale mal, ya pensaremos en algo cuándo llegue ese momento. Mientras tanto, deja de poner excusas y decir idioteces y aprovecha lo que tienes. La situación actual es mucho más complicada. Si dejas que todo siga su curso natural estaréis... bien. Ella te hace feliz. O te haría feliz, si la dejases. No puedes vivir para siempre bajo la sombra de Viktor y de lo que hizo.
         —¿Por qué coño te he preguntado? —dijo suspirando.
         —Porque necesitas escucharlo en voz alta. Necesitas que alguien te diga que mirarla como la miras no está mal, a pesar de que ella te lo haga saber cada vez que pone sobre ti esos ojos verdes. Estás enamorado.
         —¡Oh, joder, ya basta!
         Había pensado otras alternativas, como darle la gema a uno de sus hermanos, o mandarla a otro lugar para que empezase una nueva vida. Y aceptar y quedarse aquí, en su hogar, para distanciarse un poco. Pero las ideas se le habían atragantado nada más imaginarlas, y enseguida se había dado cuenta de que no quería nada de eso. Además, pese a que Viktor ya no podría volver a entrar jamás a su casa, no podía alejarla y arriesgarse a que él la encontrase, por mucho que le hubiese dado su palabra. No se fiaba. No volvería a cometer el error de confiar en él, obligado por el juramento o no. De todos sus miedos, aquel era el mayor. Aunque en cualquier caso, haciendo todo eso a un lado, la idea de una relación lo inquietaba, pero desechar esa idea... Lo inquietaba aún más. Era demasiado tarde para pensar en alternativas o excusas. Lo había sido desde el principio… Estaba enamorado. Como un perro. Puto Ash.
         Hicieron el resto del camino en silencio, sumidos en sus propios pensamientos. Le hubiese preguntado a su hermano por sus intenciones inmediatas. Si había avanzado algo en su reticencia a compartirse con ellos -con él-. Pero, al igual que las otras veces, no hubiese sacado nada en claro.

         Emu estaba en su habitación, sentado en la cama sobre un montón de almohadones. Discutía con Yo mientras trataba de incorporarse con dificultad. Tenía el torso descubierto y la piel rojiza y nueva lo cubría al completo. Lo habían sedado para evitarle el dolor y, aún ahora, aquello debía seguir doliéndole como el infierno. Yeialel lo empujaba con suavidad tratando de mantenerlo en la cama; iba a tener una ardua tarea por delante, pensó con una sonrisa.
         Ambos repararon en su presencia y Yo se acercó para abrazarle. No repitió el gesto con Ash, al que saludó con un leve asentimiento. Eso le dio qué pensar…
         —¿Cómo ha ido? —preguntó Yo.
         —Bien. Mejor de lo que esperaba —dijo besándolo en la frente.
         —¿Lo hablarán con los demás círculos? —Emu se irguió tratando de ocultar un gesto de dolor, ignorando las protestas de Yo.
         —No, quedará entre nosotros. Ya tenemos bastantes problemas internos cómo para añadir uno más.
         Les detalló lo sucedido en la reunión y su decisión de no sustituir a Viktor. Ash les había contado como habían terminado las cosas porque él había sido incapaz de hacerlo. No quería esconderles nada. Nada tan importante como eso, al menos… Ellos debían saberlo, porque se lo debía. Les debía ser honesto y que supiesen y entendiesen que su desprecio por el serafín era profundo y perpetuo –desprecio que compartían-. Lo sabían y, sin embargo, habían tenido la delicadeza de no hacer comentarios al respecto. No habían hablado sobre el tema en su presencia, algo que había agradecido inmensamente. Era importante, si debía enterrarlo, que aquel asunto no apareciese en el momento menos oportuno. Porque mencionarlo… Simplemente pronunciar su nombre, bastaba para que el velo rojo cayese sobre sus ojos; esa sensación familiar y devastadora que se llevaría cualquier cosa por delante. Y esa conversación tampoco serviría para mejorar el ánimo de  nadie, especialmente el de Yo, que seguía atormentándose con la culpa. Hylissa quería hablar con él, y estaba seguro de que esa conversación, más que cualquier cosa que él mismo pudiese decirle, sí que cambiaría su percepción de los hechos. Hylissa tenía un don para eximir a los demás de toda responsabilidad, pensó con amargura.
         Hylissa…
         Llevaba tres días en su hogar -aunque, en lo que a él respectaba, llevaba tres días fuera del mismo-. Tres días lejos de Hylissa para ser verdaderamente consciente de lo mucho que la había echado de menos. Su ausencia sorda y el silencio bajo la piel le escocían. A pesar de encontrarse en las mismas estando en su casa, queriendo estar con sus hermanos. Pero ahora Emu estaba despierto y estaba bien. Pronto disfrutaría de su gruñona compañía, pronto lo escucharía protestar por sus gustos culinarios o la falta de ellos.
         Era hora de regresar a casa. Y también de pensar en lo que Ash le había dicho.


* * *


         Vörj miró hacia su ventana. La luz estaba apagada, pero sabía que no dormía. Últimamente le costaba conciliar el sueño y no soportaba ser la causa. La sentía inquieta y confusa, y sabía exactamente el porqué. Entró en la casa y subió las escaleras, deteniéndose delante de su puerta. No sabía si llamar. Tampoco sabía qué decirle. Ella estaba allí, al otro lado, esperando a que se decidiese de una vez. El aire lleno de ansiedad y deseo, como en una burbuja en la que flotasen los dos. Estaba allí, al otro lado, tan cerca como podía estarlo, pero no lo suficiente.
         Levantó el puño dispuesto a golpear la puerta con suavidad, y en ese mismo instante ésta se abrió. Y aquellos ojos verdes de gata lo miraron extrañados desde la oscuridad, probablemente imaginando que no tendría el valor suficiente para hacer algo al respecto.
         —¿De qué tienes tanto miedo? —preguntó angustiada—. No es porque no desees estar conmigo, lo sé… ¿Es por lo que pasó con él?
         —No quiero ser como los demás… —susurró. Era la primera vez que lo decía en voz alta.
         —Vörj… —lo arrastró al interior de la habitación, y él se dejó arrastrar. Apoyó la cabeza en su pecho, abrazándolo. Su pelo olía a flores y a vainilla—. Vörj, no hay nada en ti que me recuerde a ninguno de ellos… Por favor, no me rechaces…
         Su voz acarreaba una súplica lastimera, la soledad de los últimos días. La soledad en la que la había obligado a vivir estando con él. La separó un poco para poder observarla, cogiéndola de la barbilla. El corazón le latía deprisa, dejando el eco en la garganta; lo miraba con los labios entreabiertos, esos labios que se moría por besar. Y lo hizo, un beso profundo y lento. Y sabía aún mejor de lo que había imaginado...
         La levantó para tenerla a la misma altura, apoyándola en la pared. Y ella le rodeó las caderas con las piernas, enredándole los dedos en el pelo, acariciándole el cuello, respirando agitadamente. La sentó sobre la cómoda y siguió besándola tanto rato que perdió la noción del tiempo, estrechándola contra sí hasta que sintió cada hueso de su cuerpo. Y su piel estaba caliente cuando sus manos se perdieron bajo la ropa, y sólo interrumpió el beso para llevarla torpemente hasta la cama, dejándola caer sobre ella. Se tumbó a su lado y le deslizó la camiseta hacia arriba, sacándosela por la cabeza y tirándola al suelo. Una de las suyas, reconoció. Y sonrío al pensar que aunque Hylissa se había comprado más ropa, seguía durmiendo con aquello.
         Por fin pudo contemplar su piel pálida sin pudor, tan diferente de esa primera vez. Como si hubiesen pasado siglos desde que la tendiese allí mismo, cubierta de sangre, moribunda. Y no quedaba ya ni rastro de esas cicatrices, aunque otras flotasen invisibles. Acarició la línea de las clavículas, besándola en el cuello, sintiendo allí los latidos precipitados de su corazón, y descendió despacio por la suave curva de sus pechos. Unos pechos pequeños y firmes que encajaban a la perfección en la palma de su mano, tal y como había imaginado. Unos pechos que podría besar durante horas -y joder si lo haría-. Y siguió bajando, entreteniéndose en los huecos de sus caderas, pasando los dedos por su vientre y bajo el elástico de la ropa interior, tirando de él. Y llegado a ese punto Hylissa se agitó temblando y la reacción lo hizo detenerse aunque no percibía en ella ningún signo alarmante. Todo iba bien. Increíblemente bien, de hecho. Estaban descubriendo una nueva dimensión de la percepción entre ellos en esos momentos. Aún así pregunto preocupado:
         —¿Va todo bien?
         —Sí, es sólo que... estoy nerviosa. Es la primera vez que estoy con alguien porque yo quiero, y también la primera vez que esa persona está conmigo porque lo desea, y no sólo porque puede.
         Fue consciente de la magnitud de sus palabras y se le hizo un nudo en la garganta, pero en lugar de compadecerla prefirió compensarla por todas las veces anteriores.
         —Si te sirve de consuelo, hace tanto tiempo que no estoy con alguien por quien sienta algo que ya no recordaba muy bien como es... —dijo separándose un poco para dejarle espacio—. ¿Quieres que vayamos más despacio?
         Definitivamente había pasado demasiado tiempo, y el peso de aquellos años y otras muchas cosas ya olvidadas cayeron de repente sobre él. Hylissa lo retuvo apartándole un mechón de pelo de los ojos y sonrío.
         —Como ya sabrás, hemos ido más despacio de lo que me hubiese gustado... —murmuró arrastrando las palabras.
         —Me alegra que pienses así —susurró en su oído—, porque si me llegas a decir que sí a lo de ir más despacio... Hubiese tenido que salir a enterrarme en la nieve.
         Enfatizó sus palabras apretándose más contra su cadera, y sintió su risa en el pecho mientras lo abrazaba. Y volvió a besarla de nuevo, sin dejarse llevar por la necesidad y la urgencia. Sí, se dijo, la iba a compensar concienzudamente.
         Ella se deshizo de su camiseta, que terminó junto a la otra en el suelo, y él se desprendió del resto. Apoyó la boca en el hueco de su cuello, mordiéndolo con delicadeza. Continuando dónde lo había dejado; tirando de la diminuta prenda de encaje hasta que consiguió quitársela, mientras su mano se perdía de nuevo entre sus piernas cuándo las separó un poco más invitándolo.
         —Dime lo que quieres, Hylissa... —le acarició la suave piel con la nariz, hallando de nuevo allí su pulso acelerado—. Quiero oírtelo decir...
         Hylissa gimió y sintió aquella vibración en la garganta, bajo sus labios, ese sonido que había estado esperando...
         —A ti... —respondió con voz ronca, ciñéndose aún más contra él.
         Respiró profundamente dispuesto a complacerla, pendiente de esa nueva dimensión de la percepción entre ellos. Y creyó que podría perder la cabeza en ese mismo instante.

         Y aún entonces… Aún entonces ella seguía temblando de ésa forma desesperada, aferrada a su pecho como si él fuese lo único que la separaba de la locura. Como si él fuese lo único que la separase de caer a un oscuro abismo.
         Porque así era.
         Así era…

         Y él convirtió ése, su cuerpo, en un templo que adorar, desde aquella noche en adelante. Y ella transformó el suyo en hogar.


* * *


         —¿Cómo me has encontrado? —preguntó Viktor. El terror asomó a sus ojos glaucos y fríos.
         —Se me da bien seguir rastros, y tú no puedes hacer nada por ocultar el tuyo.
         Observó al serafín, como los pensamientos se arremolinaban en su mente, y como, sin éxito, trataba de escondérselos. Miró en el interior de aquel hombre, el causante de todo. Lo miró por primera vez en muchísimo tiempo… Siempre había compartido con Emu su aversión hacia él pero, ciertamente, había cambiado mucho durante aquellos años. A veces Vörj no era consciente de hasta qué punto influenciaba a los demás. O los afectaba. Había sido tocado por su Padre de una forma especial; todos le amaban, algunos… desesperadamente. Esa era su realidad.
         —No puedes hacerme daño, él dio su palabra —dictaminó sin mucha seguridad, dando dos pasos hacia atrás.
         —Él te dijo que no te dañaría en modo alguno, y no lo hará. Tú te comprometiste a no dañarlo a él, ni a ninguno de nosotros. Yo en cambio… no me he pronunciado.
         —¡No puedes tocarme, soy tu serafín!
         —Nunca has sido mi serafín, ya no estaba entre vosotros cuando él te nombró. Tú no conoces mi nombre, y en cambio yo sí conozco el tuyo, Vehuel. Y no tienes ningún poder sobre mí.