Todo sigue su curso
Atravesó apresuradamente los arcos para salir de aquel lugar. Ash lo esperaba fuera, sentado en la hierba, y sonrió cuando sus ojos se encontraron. Le tendió la mano para que lo ayudase a levantarse y se alejaron de allí, camino a las estancias de Elariel.
—Les has dicho que no, entonces.
—Les he dicho que no. No mientras dure la tregua. Escogerán a alguien competente, alguien que sepa asumir sus responsabilidades… —añadió, esbozando una mueca amarga al recordar las palabras de Viktor.
—Deja
de decir tonterías, no es culpa
tuya. Todo cambia y nosotros también —Ash se detuvo y lo cogió del brazo, obligándolo
a volverse hacia él —. No es culpa tuya.
Se sentía responsable de todo. Había sido
él el que recomendó a Viktor en su día, y era evidente que no había tenido muy
buen ojo a pesar de que fuese la elección más obvia. Si se hubiese parado a
pensar en lugar de hacer las cosas deprisa solo para sacudírselas de encima… Si
se hubiese tomado su tiempo en lugar de escoger el camino fácil… Pero aquellos
días no estaba para pensar. En realidad, no había vuelto a pensar en nada desde
entonces… Desde que Ash se fue. Desde entonces era un puto desastre, incapaz de
centrarse en algo que no fuese autocompadecerse. Joder, lo que más le escocía
era que Viktor tenía razón. En todo.
Había puesto al consejo al corriente de lo
sucedido, en líneas generales, al menos, y Viktor había sido destituido y
desterrado de una forma discreta. No les interesaba que el asunto saliese de
allí, que el resto de círculos se enterasen de que uno de los suyos había
sacado a pasear a dos demonios sumerios que portaban a uno de los Antiguos. No
les interesaba en absoluto porque siempre hay alguien dispuesto a exigir
responsabilidades, aprovechando cualquier excusa para permitir que rueden unas cuantas cabezas. Las del consejo de otro
círculo, preferiblemente. Así que el asunto había quedado convenientemente
enterrado. Él había albergado en secreto la esperanza de que le diesen caza,
pero no se arriesgarían a que Viktor alborotase viéndose perseguido. Si él no
volvía a molestarlos, ellos no lo molestarían a él. Recordar cómo se hacían las
cosas allí, en su hogar, bastó para recordarle también otro de los motivos por
los que se había ido sin mirar atrás. Era cierto que llevaba mucho tiempo
apartado, pero también era cierto que había pasado muchísimo más haciéndose
cargo de todo. Regresaría, tal y como les había prometido, si la tregua
concluía. Sería él, una vez más, el que se pondría al frente sin protestar… Y
solo de pensarlo quiso regresar de inmediato a Islandia.
—No vas a quedarte, y la decisión tiene más
que ver con ella que con cualquier otra cosa —le dijo Ash, poniéndose en marcha
de nuevo.
Le costaba verlo vestido con las finas
telas de su hogar. Incluso allí había escogido siempre el negro. Tenía buen
aspecto tras pasar un mes entero recibiendo las atenciones de Yo y
alimentándose correctamente. La herida había cerrado por fin, dejando la
terrible huella en su piel. Casi parecía el de antes. Casi, excepto por las
cicatrices de su cuerpo y las que dejaban adivinar sus ojos. Caminaba con la
cabeza alta, mientras aquellos que se cruzaban con él bajaban la mirada. Si se
paraba a pensarlo fríamente, entendía que se hubiese ido. El camino del lector
era un camino solitario, su propio pueblo le temía. A nadie le gusta que otra persona
-un desconocido-, esté al corriente de lo que escondemos en nuestro interior.
Que sepa exactamente lo que estamos pensando mucho mejor, incluso, que nosotros
mismos… Quizá su hermano tenía razón y había decidido pensando en ella. Y había
pensado mucho, joder.
Ash había pasado el mes allí con Yo,
mientras Emu permanecía sedado. Él lo había pasado en su casa, con Hylissa.
Quería estar con sus hermanos, y lo hubiese hecho de estar Elariel despierto.
Pero dejarla tanto tiempo sola después de lo que había sucedido… Le habían
prometido que lo avisarían cuando llegase el momento porque necesitaba estar
presente cuando Emu abriese los ojos de nuevo pero, hasta entonces, se había
quedado junto a Hylissa.
Se había quedado con ella, y también la
había evitado todo lo que había podido. Y un mes a solas daba para poder más
bien poco. Había puesto empeño en olvidar, en hacer la culpa a un lado… Y,
especialmente, en desechar el deseo de tocarla. Y las tres cosas se le
resistían. Se le habían hecho más cuesta arriba conforme pasaban los días y ahora
mismo ya le parecían un imposible...
—No sé qué hacer —admitió, acelerando el
paso para ponerse a su altura.
—Cuando alguien te interesa más de la
cuenta siempre buscas alguna excusa para salir corriendo. Es algo que ha pasado
en tan pocas ocasiones que no lo recuerdas de una vez para otra. Y es algo
absurdo, porque nunca corres lo suficientemente lejos. No estás hecho para
resistirte, Vörj, y a estas alturas ya deberías saberlo.
—Bueno, hay motivos de peso, como ya sabes.
—Sí, lo sé muy bien, no dejas de rumiarlos.
Y sobre esos motivos de peso… ¿Piensas castigarla a ella por lo que pasó?
—No la estoy castigando… —repuso indignado.
—No la estoy castigando… —repuso indignado.
—Lo haces. Ella lo tiene más claro que tú,
como ya sabes. Y si ella no piensa que todo eso a lo que no dejas de darle
vueltas es un impedimento, no veo porqué tienes que creerlo tú.
—¿Y si luego todo sale mal? No podemos
irnos cada uno por su lado, tengo una responsabilidad con ella.
—Sobre la gema, pensar así es ridículo.
Nadie sabe lo que va a pasar, salvo Yo, quizá —añadió con una media sonrisa—. Si
sale mal, ya pensaremos en algo cuándo llegue ese momento. Mientras tanto, deja
de poner excusas y decir idioteces y aprovecha lo que tienes. La situación
actual es mucho más complicada. Si dejas que todo siga su curso natural
estaréis... bien. Ella te hace feliz. O te haría feliz, si la dejases. No
puedes vivir para siempre bajo la sombra de Viktor y de lo que hizo.
—¿Por qué coño te he preguntado? —dijo
suspirando.
—Porque necesitas escucharlo en voz alta.
Necesitas que alguien te diga que mirarla como la miras no está mal, a pesar de
que ella te lo haga saber cada vez que pone sobre ti esos ojos verdes. Estás
enamorado.
—¡Oh, joder, ya basta!
—¡Oh, joder, ya basta!
Había pensado otras alternativas, como
darle la gema a uno de sus hermanos, o mandarla a otro lugar para que empezase
una nueva vida. Y aceptar y quedarse aquí, en su hogar, para distanciarse un
poco. Pero las ideas se le habían atragantado nada más imaginarlas, y enseguida
se había dado cuenta de que no quería nada de eso. Además, pese a que Viktor ya
no podría volver a entrar jamás a su casa, no podía alejarla y arriesgarse a
que él la encontrase, por mucho que le hubiese dado su palabra. No se fiaba. No
volvería a cometer el error de confiar en él, obligado por el juramento o no.
De todos sus miedos, aquel era el mayor. Aunque en cualquier caso, haciendo
todo eso a un lado, la idea de una relación lo inquietaba, pero desechar esa
idea... Lo inquietaba aún más. Era demasiado tarde para pensar en alternativas
o excusas. Lo había sido desde el principio… Estaba enamorado. Como un perro. Puto
Ash.
Hicieron el resto del camino en silencio, sumidos en sus propios pensamientos. Le hubiese preguntado a su hermano por sus intenciones inmediatas. Si había avanzado algo en su reticencia a compartirse con ellos -con él-. Pero, al igual que las otras veces, no hubiese sacado nada en claro.
Hicieron el resto del camino en silencio, sumidos en sus propios pensamientos. Le hubiese preguntado a su hermano por sus intenciones inmediatas. Si había avanzado algo en su reticencia a compartirse con ellos -con él-. Pero, al igual que las otras veces, no hubiese sacado nada en claro.
Emu estaba en su habitación, sentado en la
cama sobre un montón de almohadones. Discutía con Yo mientras trataba de
incorporarse con dificultad. Tenía el torso descubierto y la piel rojiza y
nueva lo cubría al completo. Lo habían sedado para evitarle el dolor y, aún
ahora, aquello debía seguir doliéndole como el infierno. Yeialel lo empujaba
con suavidad tratando de mantenerlo en la cama; iba a tener una ardua tarea por
delante, pensó con una sonrisa.
Ambos repararon en su presencia y Yo se acercó para abrazarle. No repitió el gesto con Ash, al que saludó con un leve asentimiento. Eso le dio qué pensar…
—¿Cómo ha ido? —preguntó Yo.
—Bien. Mejor de lo que esperaba —dijo besándolo en la frente.
—¿Lo hablarán con los demás círculos? —Emu se irguió tratando de ocultar un gesto de dolor, ignorando las protestas de Yo.
—No, quedará entre nosotros. Ya tenemos bastantes problemas internos cómo para añadir uno más.
Les detalló lo sucedido en la reunión y su decisión de no sustituir a Viktor. Ash les había contado como habían terminado las cosas porque él había sido incapaz de hacerlo. No quería esconderles nada. Nada tan importante como eso, al menos… Ellos debían saberlo, porque se lo debía. Les debía ser honesto y que supiesen y entendiesen que su desprecio por el serafín era profundo y perpetuo –desprecio que compartían-. Lo sabían y, sin embargo, habían tenido la delicadeza de no hacer comentarios al respecto. No habían hablado sobre el tema en su presencia, algo que había agradecido inmensamente. Era importante, si debía enterrarlo, que aquel asunto no apareciese en el momento menos oportuno. Porque mencionarlo… Simplemente pronunciar su nombre, bastaba para que el velo rojo cayese sobre sus ojos; esa sensación familiar y devastadora que se llevaría cualquier cosa por delante. Y esa conversación tampoco serviría para mejorar el ánimo de nadie, especialmente el de Yo, que seguía atormentándose con la culpa. Hylissa quería hablar con él, y estaba seguro de que esa conversación, más que cualquier cosa que él mismo pudiese decirle, sí que cambiaría su percepción de los hechos. Hylissa tenía un don para eximir a los demás de toda responsabilidad, pensó con amargura.
Ambos repararon en su presencia y Yo se acercó para abrazarle. No repitió el gesto con Ash, al que saludó con un leve asentimiento. Eso le dio qué pensar…
—¿Cómo ha ido? —preguntó Yo.
—Bien. Mejor de lo que esperaba —dijo besándolo en la frente.
—¿Lo hablarán con los demás círculos? —Emu se irguió tratando de ocultar un gesto de dolor, ignorando las protestas de Yo.
—No, quedará entre nosotros. Ya tenemos bastantes problemas internos cómo para añadir uno más.
Les detalló lo sucedido en la reunión y su decisión de no sustituir a Viktor. Ash les había contado como habían terminado las cosas porque él había sido incapaz de hacerlo. No quería esconderles nada. Nada tan importante como eso, al menos… Ellos debían saberlo, porque se lo debía. Les debía ser honesto y que supiesen y entendiesen que su desprecio por el serafín era profundo y perpetuo –desprecio que compartían-. Lo sabían y, sin embargo, habían tenido la delicadeza de no hacer comentarios al respecto. No habían hablado sobre el tema en su presencia, algo que había agradecido inmensamente. Era importante, si debía enterrarlo, que aquel asunto no apareciese en el momento menos oportuno. Porque mencionarlo… Simplemente pronunciar su nombre, bastaba para que el velo rojo cayese sobre sus ojos; esa sensación familiar y devastadora que se llevaría cualquier cosa por delante. Y esa conversación tampoco serviría para mejorar el ánimo de nadie, especialmente el de Yo, que seguía atormentándose con la culpa. Hylissa quería hablar con él, y estaba seguro de que esa conversación, más que cualquier cosa que él mismo pudiese decirle, sí que cambiaría su percepción de los hechos. Hylissa tenía un don para eximir a los demás de toda responsabilidad, pensó con amargura.
Hylissa…
Llevaba tres días en su hogar -aunque, en
lo que a él respectaba, llevaba tres días fuera del mismo-. Tres días lejos de
Hylissa para ser verdaderamente consciente de lo mucho que la había echado de
menos. Su ausencia sorda y el silencio bajo la piel le escocían. A pesar de
encontrarse en las mismas estando en su casa, queriendo estar con sus hermanos.
Pero ahora Emu estaba despierto y estaba bien. Pronto disfrutaría de su gruñona
compañía, pronto lo escucharía protestar por sus gustos culinarios o la falta
de ellos.
Era hora de regresar a casa. Y también de
pensar en lo que Ash le había dicho.
* * *
Vörj miró hacia su ventana. La luz estaba apagada, pero sabía que no dormía. Últimamente le costaba conciliar el sueño y no soportaba ser la causa. La sentía inquieta y confusa, y sabía exactamente el porqué. Entró en la casa y subió las escaleras, deteniéndose delante de su puerta. No sabía si llamar. Tampoco sabía qué decirle. Ella estaba allí, al otro lado, esperando a que se decidiese de una vez. El aire lleno de ansiedad y deseo, como en una burbuja en la que flotasen los dos. Estaba allí, al otro lado, tan cerca como podía estarlo, pero no lo suficiente.
Levantó el puño dispuesto a golpear la
puerta con suavidad, y en ese mismo instante ésta se abrió. Y aquellos ojos
verdes de gata lo miraron extrañados desde la oscuridad, probablemente
imaginando que no tendría el valor suficiente para hacer algo al respecto.
—¿De qué tienes tanto miedo? —preguntó
angustiada—. No es porque no desees estar conmigo, lo sé… ¿Es por lo que pasó
con él?
—No quiero ser como los demás… —susurró.
Era la primera vez que lo decía en voz alta.
—Vörj… —lo arrastró al interior de la
habitación, y él se dejó arrastrar. Apoyó la cabeza en su pecho, abrazándolo.
Su pelo olía a flores y a vainilla—. Vörj, no hay nada en ti que me recuerde a
ninguno de ellos… Por favor, no me rechaces…
Su voz acarreaba una súplica lastimera, la
soledad de los últimos días. La soledad en la que la había obligado a vivir estando
con él. La separó un poco para poder observarla, cogiéndola de la barbilla. El
corazón le latía deprisa, dejando el eco en la garganta; lo miraba con los
labios entreabiertos, esos labios que se moría por besar. Y lo hizo, un beso
profundo y lento. Y sabía aún mejor de lo que había imaginado...
La levantó para tenerla a la misma altura, apoyándola en la pared. Y ella le rodeó las caderas con las piernas, enredándole los dedos en el pelo, acariciándole el cuello, respirando agitadamente. La sentó sobre la cómoda y siguió besándola tanto rato que perdió la noción del tiempo, estrechándola contra sí hasta que sintió cada hueso de su cuerpo. Y su piel estaba caliente cuando sus manos se perdieron bajo la ropa, y sólo interrumpió el beso para llevarla torpemente hasta la cama, dejándola caer sobre ella. Se tumbó a su lado y le deslizó la camiseta hacia arriba, sacándosela por la cabeza y tirándola al suelo. Una de las suyas, reconoció. Y sonrío al pensar que aunque Hylissa se había comprado más ropa, seguía durmiendo con aquello.
Por fin pudo contemplar su piel pálida sin pudor, tan diferente de esa primera vez. Como si hubiesen pasado siglos desde que la tendiese allí mismo, cubierta de sangre, moribunda. Y no quedaba ya ni rastro de esas cicatrices, aunque otras flotasen invisibles. Acarició la línea de las clavículas, besándola en el cuello, sintiendo allí los latidos precipitados de su corazón, y descendió despacio por la suave curva de sus pechos. Unos pechos pequeños y firmes que encajaban a la perfección en la palma de su mano, tal y como había imaginado. Unos pechos que podría besar durante horas -y joder si lo haría-. Y siguió bajando, entreteniéndose en los huecos de sus caderas, pasando los dedos por su vientre y bajo el elástico de la ropa interior, tirando de él. Y llegado a ese punto Hylissa se agitó temblando y la reacción lo hizo detenerse aunque no percibía en ella ningún signo alarmante. Todo iba bien. Increíblemente bien, de hecho. Estaban descubriendo una nueva dimensión de la percepción entre ellos en esos momentos. Aún así pregunto preocupado:
—¿Va todo bien?
—Sí, es sólo que... estoy nerviosa. Es la primera vez que estoy con alguien porque yo quiero, y también la primera vez que esa persona está conmigo porque lo desea, y no sólo porque puede.
Fue consciente de la magnitud de sus palabras y se le hizo un nudo en la garganta, pero en lugar de compadecerla prefirió compensarla por todas las veces anteriores.
—Si te sirve de consuelo, hace tanto tiempo que no estoy con alguien por quien sienta algo que ya no recordaba muy bien como es... —dijo separándose un poco para dejarle espacio—. ¿Quieres que vayamos más despacio?
Definitivamente había pasado demasiado tiempo, y el peso de aquellos años y otras muchas cosas ya olvidadas cayeron de repente sobre él. Hylissa lo retuvo apartándole un mechón de pelo de los ojos y sonrío.
—Como ya sabrás, hemos ido más despacio de lo que me hubiese gustado... —murmuró arrastrando las palabras.
—Me alegra que pienses así —susurró en su oído—, porque si me llegas a decir que sí a lo de ir más despacio... Hubiese tenido que salir a enterrarme en la nieve.
Enfatizó sus palabras apretándose más contra su cadera, y sintió su risa en el pecho mientras lo abrazaba. Y volvió a besarla de nuevo, sin dejarse llevar por la necesidad y la urgencia. Sí, se dijo, la iba a compensar concienzudamente.
La levantó para tenerla a la misma altura, apoyándola en la pared. Y ella le rodeó las caderas con las piernas, enredándole los dedos en el pelo, acariciándole el cuello, respirando agitadamente. La sentó sobre la cómoda y siguió besándola tanto rato que perdió la noción del tiempo, estrechándola contra sí hasta que sintió cada hueso de su cuerpo. Y su piel estaba caliente cuando sus manos se perdieron bajo la ropa, y sólo interrumpió el beso para llevarla torpemente hasta la cama, dejándola caer sobre ella. Se tumbó a su lado y le deslizó la camiseta hacia arriba, sacándosela por la cabeza y tirándola al suelo. Una de las suyas, reconoció. Y sonrío al pensar que aunque Hylissa se había comprado más ropa, seguía durmiendo con aquello.
Por fin pudo contemplar su piel pálida sin pudor, tan diferente de esa primera vez. Como si hubiesen pasado siglos desde que la tendiese allí mismo, cubierta de sangre, moribunda. Y no quedaba ya ni rastro de esas cicatrices, aunque otras flotasen invisibles. Acarició la línea de las clavículas, besándola en el cuello, sintiendo allí los latidos precipitados de su corazón, y descendió despacio por la suave curva de sus pechos. Unos pechos pequeños y firmes que encajaban a la perfección en la palma de su mano, tal y como había imaginado. Unos pechos que podría besar durante horas -y joder si lo haría-. Y siguió bajando, entreteniéndose en los huecos de sus caderas, pasando los dedos por su vientre y bajo el elástico de la ropa interior, tirando de él. Y llegado a ese punto Hylissa se agitó temblando y la reacción lo hizo detenerse aunque no percibía en ella ningún signo alarmante. Todo iba bien. Increíblemente bien, de hecho. Estaban descubriendo una nueva dimensión de la percepción entre ellos en esos momentos. Aún así pregunto preocupado:
—¿Va todo bien?
—Sí, es sólo que... estoy nerviosa. Es la primera vez que estoy con alguien porque yo quiero, y también la primera vez que esa persona está conmigo porque lo desea, y no sólo porque puede.
Fue consciente de la magnitud de sus palabras y se le hizo un nudo en la garganta, pero en lugar de compadecerla prefirió compensarla por todas las veces anteriores.
—Si te sirve de consuelo, hace tanto tiempo que no estoy con alguien por quien sienta algo que ya no recordaba muy bien como es... —dijo separándose un poco para dejarle espacio—. ¿Quieres que vayamos más despacio?
Definitivamente había pasado demasiado tiempo, y el peso de aquellos años y otras muchas cosas ya olvidadas cayeron de repente sobre él. Hylissa lo retuvo apartándole un mechón de pelo de los ojos y sonrío.
—Como ya sabrás, hemos ido más despacio de lo que me hubiese gustado... —murmuró arrastrando las palabras.
—Me alegra que pienses así —susurró en su oído—, porque si me llegas a decir que sí a lo de ir más despacio... Hubiese tenido que salir a enterrarme en la nieve.
Enfatizó sus palabras apretándose más contra su cadera, y sintió su risa en el pecho mientras lo abrazaba. Y volvió a besarla de nuevo, sin dejarse llevar por la necesidad y la urgencia. Sí, se dijo, la iba a compensar concienzudamente.
Ella se deshizo de su camiseta, que terminó
junto a la otra en el suelo, y él se desprendió del resto. Apoyó la boca en el
hueco de su cuello, mordiéndolo con delicadeza. Continuando dónde lo había dejado;
tirando de la diminuta prenda de encaje hasta que consiguió quitársela,
mientras su mano se perdía de nuevo entre sus piernas cuándo las separó un poco
más invitándolo.
—Dime lo que quieres, Hylissa... —le
acarició la suave piel con la nariz, hallando de nuevo allí su pulso
acelerado—. Quiero oírtelo decir...
Hylissa gimió y sintió aquella vibración en
la garganta, bajo sus labios, ese sonido que había estado esperando...
—A ti... —respondió con voz ronca, ciñéndose
aún más contra él.
Respiró profundamente dispuesto a
complacerla, pendiente de esa nueva dimensión de la percepción entre ellos. Y
creyó que podría perder la cabeza en ese mismo instante.
Y aún entonces… Aún entonces ella seguía
temblando de ésa forma desesperada, aferrada a su pecho como si él fuese lo
único que la separaba de la locura. Como si él fuese lo único que la separase
de caer a un oscuro abismo.
Porque
así era.
Así
era…
Y
él convirtió ése, su cuerpo, en un templo que adorar, desde aquella noche en
adelante. Y ella transformó el suyo en hogar.
* * *
—¿Cómo
me has encontrado? —preguntó Viktor. El terror asomó a sus ojos glaucos y
fríos.
—Se
me da bien seguir rastros, y tú no puedes hacer nada por ocultar el tuyo.
Observó
al serafín, como los pensamientos se arremolinaban en su mente, y como, sin
éxito, trataba de escondérselos. Miró en el interior de aquel hombre, el
causante de todo. Lo miró por primera vez en muchísimo tiempo… Siempre había
compartido con Emu su aversión hacia él pero, ciertamente, había cambiado mucho
durante aquellos años. A veces Vörj no era consciente de hasta qué punto
influenciaba a los demás. O los afectaba. Había sido tocado por su Padre de una
forma especial; todos le amaban, algunos… desesperadamente. Esa era su
realidad.
—No
puedes hacerme daño, él dio su palabra —dictaminó sin mucha seguridad, dando
dos pasos hacia atrás.
—Él
te dijo que no te dañaría en modo alguno, y no lo hará. Tú te comprometiste a
no dañarlo a él, ni a ninguno de nosotros. Yo en cambio… no me he pronunciado.
—¡No
puedes tocarme, soy tu serafín!
—Nunca
has sido mi serafín, ya no estaba entre vosotros cuando él te nombró. Tú no
conoces mi nombre, y en cambio yo sí conozco el tuyo, Vehuel. Y no tienes ningún
poder sobre mí.