Del hogar y la familia
La
llamada le había traspasado como una descarga eléctrica recorriéndole todo el
cuerpo, lacerando sus sentidos hasta que amainó, dejándole un dolor sordo y
punzante en las sienes. Había despertado sobresaltado, una vez más, en los
brazos de Emu, que trataba de calmarlo.
—¿Qué
sucede?
Los
ojos cobres de Elariel estaban entrecerrados, como esperando recibir una mala
noticia en cualquier momento. Siempre aguardaba su respuesta con serenidad
haciendo gala de su temple, un rasgo que Yo admiraba y envidiaba a partes
iguales. En aquel momento lo habría dado todo por conservar la tranquilidad. Un
poco, al menos. La suficiente como para permitirse pensar con claridad.
—Ash
—acertó a decir mientras trataba de coger aire.
Los
brazos de su hermano se tensaron al escuchar el nombre. No era lo que esperaba
y, probablemente, no estaba preparado para hablar de fantasmas.
—¿Qué
sucede?
La
misma pregunta, distinto tono.
—Tiene
problemas, está herido, creo. Nos necesita…
Se
incorporó liberándose de los brazos de Emu, y también de su mirada de fuego que
lo quemaba todo a su paso.
—¿Nos
necesita? ¿Desde cuándo? —preguntó alzando una ceja con sorpresa.
—Estoy
seguro de que, de no ser un asunto serio, no nos buscaría. ¿Vas a acompañarme,
o esperarás a que regrese?
Emu
se levantó tras él y lo tomó de las muñecas, obligándolo a detenerse a mirarlo.
—Sabes
que te acompañaré, pero eso no quiere decir que la idea me agrade.
—Ha
pasado mucho tiempo… —le dijo apoyando la frente en su pecho—. Pero sé que no
le darías la espalda.
—¿Y
qué pasará después, cuando se vaya de nuevo? —Emu suspiró derrotado, abrazándolo
con fuerza.
—Responder
a esa pregunta sería dar por sentado que se irá. Estaremos bien, Emu. Pase lo
que pase.
Pase
lo que pase…
Durante
todo ese tiempo, en el que sabía de sobras que algo iba a pasar, no había
dejado de darle vueltas a lo mismo. No había dejado de darle vueltas a si sería
capaz de afrontar los acontecimientos que estaban por llegar, a si sería lo
suficientemente fuerte como para superar la prueba a la que debía enfrentarse.
Sabía que guardaba relación con los sueños que tenía desde hacía tanto tiempo,
y temía que consistiese en soportar la pérdida de uno de sus hermanos...
ver un mundo en un
grano de arena
y un cielo en una flor
silvestre
toma la infinitud en la
palma de tu mano
y la eternidad en una
hora
un petirrojo enjaulado
tiene al cielo
encolerizado
-William Blacke-
* * *
—¿Porqué
aquí?
—¿A
dónde irías tú, Emu? ¿A dónde irías si te encontrases herido y solo?
—Si
me encontrase herido y solo, volvería a casa.
El
cuerpo de Arikel estaba tendido en el suelo. La sangre había derretido parte de
la nieve que lo rodeaba y estaba helado. Encontraron la espada cuando Emu le
dio la vuelta para cargar con él; su hermano se la metió en la correa de su
propia funda sin pararse a mirarla.
—Está
vivo —dijo sin más, levantándolo con dificultad.
Trató
de ayudarlo, pero él se lo impidió con un gesto. Fue delante, moviéndose
nervioso y torpe, esperando con ansiedad la parte en la que podía ser de
utilidad: examinar a su hermano. Emu lo depositó con cuidado sobre el sofá,
saliendo a toda prisa en busca de unas mantas. Él le quitó lo que quedaba de la
camiseta que llevaba puesta, la misma que había roto para envolver la espada
que Elariel aún no se había sacado de encima. Estaba empapada por la humedad de
la nieve y por la sangre y había comenzado a acartonarse debido al frío del
exterior y el poco calor que desprendía su cuerpo. Una herida muy fea quedaba a
la vista en su costado, rodeada por un enorme hematoma; pudo ver enseguida el aura
del veneno en el interior, luchando por llevárselo. Estaba dentro del pulmón, obligándolo
a respirar con dificultad. Lo giró para verlo mejor, tratando de ignorar las
cicatrices que cubrían su torso. Las manos le temblaban aún cuando Emu regresó
con las mantas. Lo ayudó a colocarlo sobre una de ellas, más cálida que la piel
del sillón. Le quitaron el resto de la ropa mojada, y cubrieron todo lo que
pudieron cubrir sin que la herida quedase oculta.
Cuando
su hermano vio las marcas del cuerpo, lo miró con expresión sombría: ellos no
tenían cicatrices, sus heridas cerraban sin dejar ningún recuerdo de su paso.
Aquellas huellas eran la prueba de que Ash ya no les pertenecía, de que ya no
formaba parte de ellos; el vínculo que los unió en tiempos estaba roto. Otras
marcas cubrían su cuerpo, además de las laceraciones, las marcas del cazador.
Runas que sustituían, en la medida de lo posible, el poder de su vínculo de
sangre.
Se
quitó los cuarzos que pendían de su cuello y sus muñecas repartiéndolos sobre
el cuerpo inconsciente de Ash. Estaba terriblemente escuálido, casi famélico, como
si se hubiese olvidado del hábito de comer desde hacía tiempo. Y su pelo… Se
había cortado la larga melena y ahora escasamente pasaba de los hombros,
mientras que la parte de arriba estaba aún más corta que el resto. Sabía
perfectamente lo que eso significaba y un dolor sordo se instaló en su corazón.
Si se lo hubiese encontrado por ahí le hubiese costado mucho reconocerlo; la
delgadez había afilado sus facciones marcando todavía más sus pómulos, aquella
vida, mucho más dura que la que ellos llevaban durante la tregua, había dejado
su huella en el gesto. Siempre había sido firme, sin embargo ahora, aún dormido
como estaba, carecía por completo de amabilidad. Parecía un rostro incapaz de
relajarse, aún así, relajado. Tenso a causa del dolor, quizá, o las
preocupaciones que soportaría. Trató de imaginar que habría sido de él, pero enseguida
decidió que esa no era una buena idea en aquel momento. Se concentró en la
energía que lo rodeaba, trabajando bajo la atenta mirada cobre de Emu. Le iba a
costar mucho limpiarla por completo, si es que podía conseguirlo.
—¿Cómo
de seria es la cosa? —preguntó Elariel. Y su voz seguía siendo serena, un remanso
de paz en aquel momento; pero sabía que, en aquel momento, era todo fachada.
Estaba preocupado, por lo que veía y por lo que no. La imaginación siempre
conseguía superar a la realidad…
* * *
Ash
durmió durante todo aquel día, y también toda la noche. Le subió la fiebre,
pero consiguió bajarla enseguida. Se agitaba en sueños intranquilo, murmurando
palabras incoherentes. A veces temblaba, pese a la alta temperatura que había
en la casa. Habían arrastrado el sofá hasta el hogar y la leña sucumbía al
fuego, calentando los radiadores.
Vörj no estaba, y
su ausencia planeaba sobre sus cabezas como una oscura sombra. No era extraño
que saliese y tardase en regresar, pero todo aquel asunto olía mal desde el
principio. Emu se había negado a dejarlo solo para salir en su busca alegando
que, de volver, sería allí a dónde volvería. Tenía razón, pero eso no lo hacía
más llevadero. Su intuición rara vez le fallaba y ahora le gritaba que había
algo más.
No
se separó de Ash ni un segundo, y Emu no se separó de ninguno de los dos. Ambos
esperaban, con un nudo en el estómago, a que su hermano abriese los ojos. El
peligro había pasado, pero no sabían qué es lo que quedaría de él una vez volviese
en sí.
Tuvieron
que esperar al amanecer para descubrirlo.
Seguían
siendo de ese gris oscuro que cambiaba según su estado de ánimo. Del color de
una tormenta a punto de descargar. Ash lo miró con intensidad, leyendo en su
interior como hiciese en el pasado, y solo acertó a preguntarse cuantas veces
trató de asumir que no volvería a verlo.
Quiso
incorporarse, pero se lo impidió.
—Espera
un poco, estás débil. Deberías comer algo primero.
Emu
se había movido a su lado en cuanto despertó y lo miraba con cautela, como si
observase a un animal salvaje en lugar de a su propio hermano.
—Di
algo para que Emu se dé cuenta de que no eres peligroso y pueda traerte algo de
la cocina, ¿quieres?
—No
soy peligroso —dijo él tras vacilar un instante.
Y
los turbulentos ojos grises fueron ahora en busca de los de Elariel, que
aguardaba aún a su lado.
—Estás
hecho un desastre —señaló éste lacónico.
Hubo
un breve silencio entre ellos, antes de que Emu saliese en busca de algo que
fuese comestible. Un breve silencio en el que se dirían muchas cosas. Al menos
estaba casi seguro de que Emu las expresaría en su mente de forma concisa y
clara.
—Tiene
miedo —dijo Ash cuando se quedaron a solas—. Teme que lo vuelva a dejar todo
patas arriba cuando me vaya. Que le haga daño de nuevo.
Hablaba
de Vörj, por supuesto. De él y de su incapacidad para superar su ausencia. La
había sobrellevado sin más, dejando pasar el tiempo y tratando de no pensar en
ella, solo que algunas veces se le daba peor que otras. Es lo que había visto
en los ojos cobres. Porque había sido Emu el que se había hecho cargo de todo;
el que lo había ido a buscar cuando se encontraba hundido, el que había bebido
con él durante días interminables y noches oscuras en aquella misma casa, sin
decirse ni una sola palabra. Era cierto, su hermano tenía miedo. Miedo de que
su regreso rompiese el delicado equilibrio en el que se hallaba el serafín.
Era
extraño escuchar de nuevo su voz profunda. Tenerlo delante, aunque no fuese el
mismo.
Era
extraño, e increíblemente maravilloso.
—Tengo
que irme, Yo —intervino Ash, sacándolo de su ensimismamiento—. Tengo que irme
ahora, y me llevaré a Emu.
Bien,
Emu tenía sus temores, y él los suyos. Y estaba a punto de entrar de lleno en
ellos. Arikel lo confirmó asintiendo, y el mundo se hizo cada vez más grande e
inestable bajo sus pies.
—Sabes
dónde está.
—No,
pero lo averiguaré. Lo traeremos de vuelta.
Yo
desvió la mirada a la espada corta que seguía envuelta con la camiseta de Ash.
No había querido tocarla, pero la empuñadura, que sobresalía quedando al
descubierto, era fácilmente reconocible. Los sumerios no tenían reglas, ni
límites. Los arrastrarían a un juego en el que ellos tenían ventaja.
—No
puedes prometerme que lo traerás, ni que todo va a salir bien. No soy un niño,
sé cómo funcionan las cosas.
—Entonces
tendrás que conformarte con la promesa de que haré todo cuanto esté en mi mano.
Trató
de levantarse de nuevo, y esta vez no se lo impidió. Yo tenía los miembros
entumecidos, como si hubiese bebido demasiado. Se sentía más inestable de lo
que debía sentirse su hermano, que hacía un esfuerzo considerable para caminar
con normalidad; como si no lo hubiesen atravesado con una espada envenenada.
Con una espada sumeria envenenada.
—Antes
de irte comerás algo, no es discutible.
Tenía
una cicatriz en el labio que lo cruzaba de arriba a abajo, la única que se
vería cuando estuviese vestido. Era una cicatriz que mostraba un corte limpio,
posiblemente de espada. ¿Dónde había estado todo este tiempo? Aunque lo que
realmente se preguntaba era si sería capaz de regresar de allí.
—Necesito
mi ropa —dijo su hermano apartando los ojos de los suyos. Arrebujándose aún más
en la manta que lo cubría, como si volviese a tener frío.
—Ven
conmigo.
Lo
llevó hasta el segundo piso, dónde estaban las habitaciones. Recorrieron el
largo pasillo hasta la puerta del fondo, que abrió dejándolo pasar delante. Emu
y Vörj habían trabajado en aquella casa. Él también, a su manera. No de una
forma física, más bien había trabajado con las esencias de todos ellos,
recubriéndola por completo. Sus hermanos habían construido todo aquello con sus
propias manos. Les había llevado mucho tiempo, pero había sido un tiempo que
habían pasado alejados de pensamientos inoportunos, centrados en lo que tenían
por delante. Y había merecido la pena. Vörj insistió en añadir aquella
habitación: la habitación de Ash.
Las
paredes eran de un gris oscuro que escasamente contrastaba con la madera negra
de los muebles. Incluso la ropa de cama era negra. Allí, en aquel punto, él
había tejido lo que conservaban de su esencia, incorporándola a la de los
demás, completando su sitio en la casa.
—Es
mi habitación… —susurró conmovido, pasando la mano por la cómoda que Emu había
tallado.
—Te
traeré algo de ropa de Vörj para que puedas vestirte.
Quiso dejarlo a solas para que se diese
cuenta de que podía volver. Para que se diese cuenta de que estaba en su casa.
Eso sería más efectivo que cualquier cosa que pudiese decirle.
* * *
—Iré
yo solo —insistió Emu—. Tú no estás en condiciones, necesitas más descanso.
—Si
crees que voy a quedarme aquí mientras vas a buscarle estás muy equivocado…
Los
dos se miraron durante un buen rato enfadados, ajenos a su presencia. Ash les
había contado todo lo relacionado con su encuentro, y por dónde comenzaría a
buscar siguiendo el rastro Marduk.
—Me
necesitas, Emu. Nunca darás con él si no voy…
La
afirmación y la seguridad con que la hizo hirió a Emu, que lo miró con
reproche. Era el mejor rastreador, pero no podría hacer nada si no tenía un
rastro que seguir, y él no había estado con el sumerio, no reconocería su
esencia sobre todo lo demás.
—Si
no vas a quedarte —susurró—, prefiero que él no te vea.
Aquellas
palabras traspasaron a Yeialel del mismo modo en que lo hiciese la llamada de
su hermano. Era lo mismo que Emu decía en el sueño. O más bien el eco de un
sueño. Uno viejo, que apenas podía recordar. Había quedado semienterrado por
otros que lo sucedieron, casi olvidado hasta ese preciso instante en que las
palabras de Emu lo trajeron de vuelta. Y saberlo le puso el vello de punta. Era
ese instante, ese preciso instante, el que marcaba la diferencia. El momento
concreto en que los engranajes de su destino comenzaban a girar. Y sonaban a
despedida. Miró a sus hermanos, discutiendo sobre el ir y el quedarse, ajenos a
sus cavilaciones.
—Esto
no termina aquí —les dijo—, solo acaba de empezar…
Ellos
le devolvieron la mirada con sorpresa, sin entender muy bien a qué se refería.
Hasta que Ash pudo verlo en su interior, la sombra de sus miedos, oscura y
fría, como el mar nocturno del norte cuando todas las luces se habían apagado
ya. Se arrastraba viscosa por sus entrañas, tocándolas y llenándolas de dudas.
Les habían enseñado a sangre y fuego a no dudar y, sin embargo, él dudaba
ahora. Dudaba porque sus sueños encerraban gran parte de certeza, si sabía
encontrarla.
Si
sabía encontrarla…
* * *
Al
llegar a casa la impresión casi lo hizo caer al suelo; no estaba solo. Sus
hermanos estaban allí, los sentía, y también alguien más: Ash. La presencia era
tenue, amortiguada por años de separación y por la ausencia de su vínculo, pero
era él. Lo hubiese reconocido en cualquier parte. Corrió hasta la puerta y la
abrió, quedándose paralizado en el umbral. Tres pares de ojos se volvieron en
su dirección llenos de alivio. No tanto como el que él sentía en aquel
instante, al verlo ahí, de pie, en su casa. Yeialel fue el primero en romper el
momento, corriendo a refugiarse en sus brazos.
—¿Estás
bien? —preguntó sin soltarlo.
—Estaré
genial en cuanto me dejes respirar —y aún así le devolvió el abrazo,
apretándolo fuerte contra su pecho.
—No
has vuelto solo… —repuso Yo con asombro. Se refería a su vínculo, por supuesto.
Su instinto era tremendamente afilado.
—Después
—le dijo haciéndolo a un lado con delicadeza.
Fue
como si todo le sucediese a otra persona, como contemplar una escena desde
fuera. Algo surrealista. Algo en lo que
había pensado durante demasiado tiempo, dando por sentado que nunca llegaría a
suceder. Y aquí estaba; había sucedido. Y no era capaz de articular palabra. Se
acercó a Arikel examinándolo, siendo consciente del cambio y preguntándose
hasta dónde llegaría. Estaba irreconocible. Sus sentidos no lo podían engañar,
pero su vista se resistía a creer que aquel hombre fuese su hermano. Detuvo su
escrutinio en la cicatriz de sus labios, frunciendo el ceño con dolor. Aunque
lo que lo que lo hundió definitivamente fue el corte de pelo. Tradicionalmente,
cortarse el pelo de ése modo equivalía a morir para los demás. Ash estaba
muerto para el mundo, le decía. Muerto para él. Probablemente, desde el mismo
día en que se marchó… Y así permanecieron mucho tiempo, simplemente mirándose. Hasta que dio un paso adelante, casi esperando qué se
esfumase en cualquier momento. Pero no lo hizo; siguió allí, de pie, aguantando
estoicamente. El puto Ash sabía mucho del estoicismo.
—Estás hecho un asco —le dijo. Y ahí estaba esa media sonrisa que esperaba ver. Una sonrisa torcida que distaba mucho de ser lo que había sido pero que, de momento, le servía.
—Y tú sigues siendo un capullo.
—Bueno, ya sabes, hay cosas que nunca cambian...
—Estás hecho un asco —le dijo. Y ahí estaba esa media sonrisa que esperaba ver. Una sonrisa torcida que distaba mucho de ser lo que había sido pero que, de momento, le servía.
—Y tú sigues siendo un capullo.
—Bueno, ya sabes, hay cosas que nunca cambian...
Dejó que Arikel lo leyese. Un contacto íntimo en el que le permitió ponerse al día. Lo mejor de su hermano era que no necesitaban palabras de más, siempre sabía exactamente lo que estaba pensando.
—Joder, Ash, aún no sé si sigo teniendo
ganas de sacudirte. Después de todo este tiempo… aún no lo sé.
—Si lo haces me lo merecería, supongo.
—Te
lo merecerías, maldito cabrón.
—Bueno,
ya sabes, hay cosas que nunca cambian. Yo también me alegro de verte… —añadió con
voz ronca.
Sus
frentes se juntaron, repitiendo un gesto tan familiar como lejano.
—¿Cómo
te libraste de Marduk? —le preguntó dando por sentado que se habían encontrado.
No le había pasado inadvertido su estado débil, aunque lo hizo a un lado de
momento. Ya volvería a ese asunto después, cuando hablasen de verdad.
—Con
un poco de ayuda —respondió su hermano—. Y tú, ¿cómo has conseguido salir de
allí?
—Con
un poco de ayuda.
Pensó
en la muchacha, en lo que pasaría cuando descubriesen lo que había hecho.
Estaba en deuda con ella y esperaba poder saldarla. Recordó sus ojos verdes de
gata, llenos de tristeza, y la imaginó de pie junto a la puerta, mirando al
horizonte. Había salido de allí muy deprisa, sin mirar atrás, y ahora que tenía
a su hermano delante, sano y salvo, comenzaba a arrepentirse… Y tuvo que hacerlo todo a un lado para poder
disfrutar de aquel momento, un momento que, en su cabeza, había tenido lugar
más veces de las que se atrevería a admitir. A pesar de las circunstancias, Arikel
estaba en casa. Las cosas no habían hecho más que empezar e ignoraba dónde
sería el próximo baile pero, ahora, nada de eso debería importar. Ya pensaría
en el resto más adelante, cuando hablasen de verdad. Ahora se concedería un
instante de paz. Solo un instante, rogó para sus adentros, y al infierno con
todo. Se lo había ganado.
Arikel
estaba en casa.
Se
miraron a los ojos de nuevo y pareció que el tiempo no hubiese pasado
arrasándolo todo. El gris intenso cambió, suavizándose un poco. Su hermano
estaba ahí dentro, en alguna parte. Solo tenía que encontrarlo.
A lo sonoro
llega la muerte
como un zapato sin pie, como un traje sin hombre,
llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo,
llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta.
como un zapato sin pie, como un traje sin hombre,
llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo,
llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta.
Sin embargo
sus pasos suenan
y su vestido suena, callado como un árbol.
y su vestido suena, callado como un árbol.
Hay cementerios
solos,
tumbas llenas de huesos sin sonido,
el corazón pasando un túnel
oscuro, oscuro, oscuro,
como un naufragio hacia adentro nos morimos,
como ahogarnos en el corazón,
como irnos cayendo desde la piel del alma.
Hay cadáveres,
hay pies de pegajosa losa fría,
hay la muerte en los huesos,
como un sonido puro,
como un ladrido de perro,
saliendo de ciertas campanas, de ciertas tumbas,
creciendo en la humedad como el llanto o la lluvia.
-Pablo Neruda-
tumbas llenas de huesos sin sonido,
el corazón pasando un túnel
oscuro, oscuro, oscuro,
como un naufragio hacia adentro nos morimos,
como ahogarnos en el corazón,
como irnos cayendo desde la piel del alma.
Hay cadáveres,
hay pies de pegajosa losa fría,
hay la muerte en los huesos,
como un sonido puro,
como un ladrido de perro,
saliendo de ciertas campanas, de ciertas tumbas,
creciendo en la humedad como el llanto o la lluvia.
-Pablo Neruda-