Una noche especial




         Las navidades no significaban absolutamente nada para ellos y, sin embargo, con el paso de los años y la fuerza de la costumbre, reunirse era necesidad más que capricho. Porque era cierto que la energía que movía el mundo durante aquellos días los impulsaba a buscar la compañía de los demás, y también que las navidades le importaban una mierda. Pero desde hace mucho tiempo aquella era una noche para estar todos juntos, y hace mucho tiempo que no lo estaban de verdad. Porque siempre faltaba uno. Hasta hoy. Sí; puede que las navidades le importasen una mierda, pero tener a sus hermanos en casa... Joder, eso convertía cualquier noche en especial.
         Miró de nuevo a Hylissa, que hablaba con Yo en voz baja, sus cabezas muy juntas mientras él le enseñaba algo que tenía en la mano. Se giró en su dirección sabiendo que estaba pensando en ella, y entornando con picardía esos ojos verdes de gata le dedicó una de aquellas sonrisas que guardaba sólo para él. Las fechas también carecían de importancia para la mujer. No había nada reseñable en su vida, ni siquiera recordaba su cumpleaños, pero Vörj se había propuesto cambiar todo eso. Se encargaría de añadir unas cuantas que no pudiese olvidar jamás. Valdrían por todas las que le habían negado y por las que le habían pasado totalmente inadvertidas. Porque puede que aquellas fechas en sí mismas no significasen gran cosa para ninguno de ellos, pero les gustaba recordar los momentos importantes; y por los dioses que se había propuesto llenar su vida de esos momentos para compensar todos los anteriores.
         Hylissa volvió a centrarse en Yo y él volvió a lo que tenía entre manos. Emu lo miraba complacido mientras manipulaba la sartén y, quién lo iba a decir, sonreía -casi- abiertamente. Emu cocinaba y él era su pinche, como siempre que su hermano andaba por casa. Cuando eso sucedía, la cocina le pertenecía. Él había escogido la ubicación, la distribución, la orientación; había decidido qué era lo que quería allí, y qué no. Aquella casa sería suya, pero esa cocina... Esa cocina era de Elariel.
         —¿Crees que vendrá? —le preguntó Emu en voz baja, una voz impregnada de dudas.
         —Vendrá, me lo prometió —respondió Yo mirándolos de soslayo a ambos. Era una noche importante para todos pero, por muchas razones que tenían que ver con los recientes acontecimientos, para Yeialel lo era aún más.
         —Vendrá —les dijo con seguridad.
         Ash necesitaba más espacio que los demás, pero nunca faltaría a la cena. No después de haber faltado a las últimas mil. Esa noche era especial por dos razones: Hylissa era una de ellas, Arikel la segunda. ¿Quién le iba a decir que en tan poco tiempo su vida daría un giro de ciento ochenta grados? ¿Quién le iba a decir que recuperaría a su hermano y que sería capaz de sentir por alguien que no fuese él lo que sentía por Hylissa?
         De repente lo sintió fuera de la casa, como si lo hubiesen invocado. Emu y Yo miraron en dirección a la puerta; Hylissa lo miraba a él. Sabía lo que pasaba porque lo percibía a través del vínculo que compartían. Lo miraba porque sabía las ganas que tenía de verlo y porque podía sentir su felicidad como propia. Enseguida entró en la cocina. Se había descalzado antes, como todos, para no dejar la nieve por el suelo y porque allí estaban más a gusto así. Yo se levantó para abrazarlo sin reprimirse. Emu, con aquella sonrisa de nuevo, asintió en su dirección dándolo por saludado. Hylissa se acercó y, poniéndose de puntillas, lo besó en la mejilla. Ash le devolvió el beso y la estrechó bajo su brazo, mientras el otro descansaba aún sobre los hombros de Yeialel. No le gustaba demasiado que lo tocasen y aquellas situaciones lo incomodaban, pero nada de eso se reflejaba en su actitud, y no era una pose. Lo veía relajado, casi como antes de que se separasen. Tras un pequeño intercambio de cortesía con Yo los ojos grises lo escudriñaron a él un buen rato, hasta que aquella jodida media sonrisa apareció en la comisura de sus labios.
         —Te ayudaré a subir el vino de la bodega ahora, si quieres —dijo Ash, siguiendo la línea de sus pensamientos.
         Salieron los dos de la casa dejando a los demás en la cocina. Bajaron a la bodega y, ya antes de dar la luz, el fuerte olor a vino y a madera lo inundó todo. Un olor fuerte, pero muy agradable. Había unos cuantos litros en esos viejos barriles, pensó echando un vistazo rápido. Las paredes eran de piedra y el suelo y las escaleras de roble tallado. Era frío, pero no había humedad y resultaba confortable. Había pasado muchas tardes allí, con Emu, vaciando las estanterías mano a mano. Y aunque era cierto que tenían que subir las botellas, no era por eso por lo que había querido que Ash lo acompañase.
         —Venga, capullo, ven aquí, ya no puede verte nadie —la media sonrisa seguía allí cuando su hermano habló.
         Y lo abrazó con fuerza ignorando todo lo demás, y él le devolvió el abrazo de igual modo. Y así, en silencio, estuvieron un buen rato. Porque era la primera vez que se abrazaban. La primera vez en... En demasiado tiempo. Durante las semanas posteriores a su reencuentro había sido comedido en el contacto, había respetado que Ash no estuviese preparado para compartirse, como él lo había llamado. Le había bastado, o había tenido que bastarle, pero… Mierda, ésta vez no se le iba a escapar.
         —Quiero que te quedes unos días —le dijo sin soltarlo—. Emu y Yo pasarán aquí toda la semana, quiero que te quedes también. Maldita sea, en realidad lo que quiero es que quieras quedarte.
         —Me quedaré. Quiero quedarme —respondió estrechándolo aún más—. También te he echado de menos. Tanto como tú a mí, aunque aún no te lo haya dicho.
         —Y no es necesario que me lo digas, sé que es así —puede que él no leyese la mente, pero no le hacía falta para saber que era cierto.
         —Vamos —dijo su hermano acompañando las palabras con unas palmadas de afecto en la espalda—, si no cortamos el rollo van a pensar que estamos haciendo manitas.
         —Está bien —y deshicieron el nudo de brazos.
         —¿Quieres un kleenex? creo que se te ha metido algo en el ojo... —Puto Ash.
         —Vete a la mierda —protestó sin mucha convicción tras carraspear para aclararse la garganta. Y se encaró a las escaleras para subir de nuevo, de vuelta a la casa.
         —Eh, ¿no te dejas algo?
         Joder, las botellas. Caminó hasta el rincón más apartado, donde había un pequeño mueble cerrado, y sacó de allí una redoma de barro.
         —Toma, y no la dejes caer,  ya no quedan más.
         —Vaya, estás realmente contento esta noche... —susurró Ash anonadado.
         —Sí, así es. No habrá un momento mejor, y creo que ya hemos esperado más de lo necesario. ¿Te parece bien?
         —Me parece perfecto —le dijo asintiendo. Cogió también un par de botellas de vino, del especial, el que guardaba aparte, y otra de tequila. Su hermano lo miró divertido—. ¿Tequila? ¿Enserio? Si riegas con eso el guiso de Emu le vas a provocar una apoplejía...
         —Vamos hombre, es para después... ¡Ni que fuese un salvaje!
         Ash se encogió de hombros y ambos se echaron a reír.


* * * 


         Una vez en la mesa lo apagaron todo; esa noche siempre cenaban a la luz de las velas.
Emu había enmudecido de asombro al ver la redoma. La cogió y lo miró fijamente.
         —¿Hoy? —preguntó arqueando una ceja.
         —Hoy. ¿Estás de acuerdo?
         —Sí. La ocasión bien lo merece, estoy de acuerdo —respondió depositándola de nuevo sobre la mesa.
         —¿Qué es? —Hylissa se acercó con curiosidad.
         —Es Ambrosía —contestó Yo con reverencia, usando el término griego para que ella lo entendiese.
         —Pensaba que eso era una leyenda... —dijo. Y sus ojos verdes estaban abiertos de par en par.
         —Y lo es, esta es la última botella que existe. Supongo que eso lo eleva a la categoría de leyenda, sí —le explicó él—Nena, creo que puedo decir sin riesgo a equivocarme que vas a ser la primera persona "ajena" a nosotros en probar esto.
         Hylissa cogió el recipiente con mucho cuidado, como si sostuviese en las manos una reliquia de un pasado lejano y extinto, porque era exactamente eso lo que sostenía.
         —¿Cuántos años tiene esto?
         —Ya estaba ahí dentro antes de que tú nacieses.
         Ella volvió a dejar la redoma en la mesa, casi con miedo, como si pudiese convertirse en polvo en cualquier momento.
         —¿Con qué está hecho?
         —En el Jardín había un árbol especial que daba unos frutos exquisitos —Yo volvió a hablar con la mirada perdida, recordando otros tiempos—. Nuestro Padre hacía con ellos el aceite con el que nos ungía cuando susurraba nuestro verdadero nombre por primera vez, al darnos la vida. Se decía que aquellos tocados por el óleo recibían la inmortalidad. Supongo que, si hablamos de la carne, podría decirse que aquello era cierto. Algunos aprendieron a destilarlo, elaborando esta bebida —su mirada los recorrió a todos y se detuvo en Emu, que sonrió débilmente—. Después... Nuestro Padre se fue, y los árboles se secaron y murieron. Sólo queda de ellos las formas huecas, retorcidas y ennegrecidas de sus carcasas, recordándonos lo que hemos perdido. Cuándo Él se marchó no sólo se secaron los árboles, un pedacito de cada uno de nosotros murió con ellos... Ésta noche nos beberemos el último vestigio de nuestro pasado. Y, ciertamente, no se me ocurre una ocasión mejor.
         Sintió la aprensión de la mujer en el pecho y la tomó de la mano besándola suavemente en la sien.
         —No estés triste —susurró en su oído—, sólo es un momento para el recuerdo.
         Todos se sentaron en su sitio. Todos menos él. Cogió el recipiente de barro y rompió el sello, acercándose a Emu y llenándole la copa. Él se la llevó a los labios y le dio un pequeño sorbo; todos lo miraban expectantes.
         —¿Cómo está? —preguntó Yo.
         —Exactamente como tendría que estar —respondió con infinita satisfacción. Llenó el resto de las copas, y bebieron de ellas.
         —Es como... Bueno, no sé cómo es. Extraño. Diferente a todo lo que he probado antes. No se asemeja a nada, pero está... delicioso —Hylissa miraba el reflejo ámbar de la copa con fascinación.
         —Emu ha destilado casi todo lo que hay en la bodega, incluido esto —explicó él, mirando a su hermano con orgullo—. Tiene un talento natural para entender la comida y la bebida. Y es un talento que, en honor a la verdad, aprecio especialmente.
         —Creo que hacéis un buen equipo vosotros dos —dijo Hylissa mirándolos a ambos—. Él cocina, y tú te lo comes, él destila, y tú te lo bebes.
         Y todos rieron, porque había una gran verdad en aquellas palabras.
         —Las otras dos botellas de vino que he subido también son obra suya, aunque después de bebernos esto… van a quedar totalmente desmerecidas.
         —No pasa nada —repuso Emu—, van bien con la cena.

         Y fue aquella la mejor cena de su vida, porque tenía de nuevo todo aquello que una vez perdió.
         —Vörj... ¿crees que podrías cantar esta noche? —susurró Hylissa con timidez—. Me encantaría escucharte, si tú quisieses...
         La petición lo pilló por sorpresa. Miró a sus hermanos, y Yeialel asintió. Si había sido capaz de abrir aquella botella, bien podía cantar una vez más. Se sentía inmensamente feliz así que, bien podía cantar para ellos. Para ella.
         Y lo hizo.
         Nunca le gustaron las canciones alegres, puesto que nunca fue un hombre de carácter alegre, como lo era Yo, por ejemplo. Su voz siempre estaba llena de nostalgia, y así debía ser. Porque las canciones eran como aquella rara bebida; los últimos vestigios de otros tiempos ya extintos. Hablaban del principio. Del principio de todas las cosas, cuándo comenzó todo. Un momento para el recuerdo. Y rebuscó en su interior aquella conexión con su don, el de hacer sentir, y las notas se elevaron con la misma gracia con que lo hacían en aquellos días, tan felices como lejanos. Y Yeialel lloró, y Emu también, aunque intentó disimularlo. Y Ash... Ash cerró los ojos con dolor concentrado en su voz, puesto que la última vez que había cantado, fue cuando dieron sepultura a Khara, el día en que todo se desmoronó. Y sintió en su interior la necesidad desesperada de Hylissa de tocarlo de la forma que fuese, así que le tendió una mano que ella cogió con firmeza. Y temblaba como la primera vez en que se tocaron de verdad.

         Y cuando estaba amaneciendo ella subió a su habitación. Dijo que lo hacía porque estaba agotada; no lo estaba, por supuesto. Estaba radiante y algo achispada. Lo hizo para dejarlos a solas. Y tuvo que emplearse a fondo para no ir tras ella cuando se acercó a besarlo, con aquella sonrisa que guardaba sólo para él. Y el único motivo por el que se reprimió, fue saber a ciencia cierta que la mujer se sentiría culpable por separarlo de sus hermanos.