Capítulo 20




Fragmentos oscuros




         Decidió que regresaría pensando en ella y en lo que le había dicho a los pies de la escalera, no con simples palabras, sino a través del vínculo. Decidió que sus asuntos personales con Emesh podían esperar un poco más. Oh, sí, volverían a verse muy pronto. Cuando se hubiese deshecho del lazo que los unía, o cuando destripase a Viktor con sus propias manos asegurándose de que no volvería a ocurrírsele otra estupidez como la que los había llevado hasta ese punto. Cualquiera de las dos opciones le servía, y no le importaba una puta mierda cual fuese en primer lugar.
         Aún no había anochecido del todo cuando entró en la casa.
         —Si que te has dado prisa en despachar tus asuntos —dijo Ash. No iba a admitirlo nunca pero, a sus ojos -que eran unos ojos que lo conocían mejor que los de cualquier otro-, apareció claramente aliviado.
         Hylissa fue a su encuentro, con una sonrisa abierta. Una que hasta entonces desconocía. Una que acentuó el deseo de robarle un beso y que le hizo pensar en cómo sería tener los labios pegados a su boca cuando reía. Y en otras circunstancias quizá hubiese hecho todo aquello y algunas cosas más, pero no en esas. No haría con ella lo que le viniese en gana, como habían hecho todos. Y solo tuvo que pensar en Yo tumbado en la maldita cama de arriba para sentir un cubo de agua fría en la cara.
         Y el pánico se apoderó de él una vez más cuando oyó gritar a Emu desde su habitación, llamándolo.

* * *


         Despertó en su cama, lo supo por el olor. Ese olor tan característico que Emu desprendía, que se quedaba en las sábanas y que lo cautivaba. Emu olía a especias. El exótico aroma lo había acompañado desde que lo conoció, relacionándolo siempre con las noches que compartían. Con besos bajo las estrellas; con el sonido de alguno de sus instrumentos cuando tocaba para él; con la visión impagable de verlo tallar, concentrado y tranquilo, los pájaros a los que daba vida para regalárselos después. Había también en Emu otro olor que lo identificaba; tenía el olor del fuego y el tiempo templados bajo esa piel ligeramente bronceada, mezclando de forma perfecta todo lo demás. Despertó en su cama, aferrado a esos momentos, al cálido tacto de unos labios sobre los suyos, al destello cobre de sus ojos. Estaba de vuelta, con él, y eso fue lo único que alivió el doloroso tránsito. Porque el dolor de la carne era insoportable, un tormento infinito. Como quedar sepultado bajo una avalancha de rocas. Su cuerpo era ahora una barrera rígida, una pesada masa orgánica que dificultaba el paso de la energía a través de él. Un cuerpo lleno de limitaciones… Y recordó con nostalgia los tiempos en lo que no estaba atado a un cuerpo mortal. Los tiempos en los que era simplemente un pequeño punto luminoso, brillando con intensidad en los ojos de su padre. Tiempos que su padre le hizo olvidar cuando susurró su nombre por primera vez. Y solo aquel olor -el olor de Emu- hizo que todo lo que había sufrido antes y lo que lo hacía sufrir ahora, mereciese la pena. Estaba vivo y Elariel estaba a su lado.
         Trató de hablar, pero no salieron más que estertores de su boca seca. Escuchó a su hermano que lo llamaba, lo zarandeaba con suavidad intentando ayudarlo a salir de ese lamentable estado de sopor en el que se hallaba. Hasta que, finalmente, Emu gritó pidiendo ayuda, y su voz sonó casi igual que la suya; ronca, acabada. Como si hubiesen pasado siglos desde que pronunció la última palabra y se le hubiese llenado la garganta de polvo.
         —Te escuché —graznó sujetándolo del brazo—. Dijiste mi nombre. Tú… dijiste mi nombre y me ayudaste a recordar.
         —Shhh… No hables…
         Y cayó en la inconsciencia. 


* * *


         —Necesitas descansar… —le dijo a Yo.
         —Necesito descansar y lo haré, pero antes debemos hablar.
         Tenía un vaso entre las manos, que le temblaban visiblemente. Mal asunto. También había algo que trataba de esconder. Lo percibía en su estado de ánimo, una oscura sombra que antes no estaba allí. Emu no parecía notarlo, aunque en aquel momento, se dijo, debía bastarle con tenerlo de vuelta en casa. Luchaba por no echarlos a todos de la habitación, por no abalanzarse sobre Yo para estrecharlo entre sus brazos. Eso lo guardaría para luego, cuando hubiese podido cumplir con lo primero.
         —Está bien —le concedió—, sé breve.
         —Sé cómo deshacernos del sumerio, lo he dejado todo preparado. Y hay más —añadió—, él no es nuestro único problema. Ni siquiera es nuestro peor problema…
         —¿Qué quieres decir? —preguntó Emu.
         —Hay alguien más allí, alguien que se nos pasó por alto a todos… Un ignoto.
         Se hizo el silencio. Ash se removió inquieto a su lado, él tampoco había abierto la boca y se había preguntado por qué. Bien, ahí lo tenía.
         —Joder —de repente, sus problemas personales con Emesh y Viktor se habían hecho muy pequeños. La sola mención de la criatura había bastado para erizarle el vello de la nuca. Los ignotos ya eran seres antiguos cuando ellos fueron creados. Eran su equivalente al cuento de viejas que se les cuenta a los niños.
         —Ella sigue estando prisionera —siguió Yo—, Emesh la trajo, pero no del todo. Piensa que es él quien la retiene, el que se sirve de ella, pero está equivocado. Emesh le pertenece en la misma medida en que ella le pertenece a él. Hay una piedra…
         —Sé de qué piedra hablas —recordaba la piedra, supo que era a la que Yeialel se refería. El sumerio solía llevarla en la mano, y no le pareció que la acariciase como acariciaría una simple piedra. La palpaba sintiéndola, de igual modo que él palpaba la gema a veces. Exactamente así.
         —La piedra es un portal —explicó Yo—. Un portal a su mundo, el mismo en el que ambos estuvieron cautivos hasta que Viktor los sacó de allí. Y no creo que Viktor lo sepa. Dudo que esté al corriente de lo que ha traído del otro lado…
         —Nos olvidaremos de Viktor de momento. Dices que la piedra es un portal…
         —Así es. Cuando me fui de allí dejé abierta esa puerta. Bueno, no abierta del todo, o lo hubiesen averiguado. Dejémoslo en que está entornada… Lo justo para que no puedan vislumbrar la luz cuando pasen por delante. Tenéis que ir antes de que se den cuenta, o no habrá servido de nada.
         —El plan es devolverlos a su agujero, entonces —dijo tras pensar un rato.
         —Eso es. Tú podrás hacerlo. Podrás abrir la puerta del todo, si te digo como…
         —Está bien, saldré por la mañana. Haré lo que me pidas, Yo.
         —Saldremos —repuso Emu lanzándole una mirada torva—. Esta vez, Ash y yo vamos contigo.
         —Está bien, iremos los tres.
         —Hay más —dijo Yo—. Ella conoce nuestros nombres, todos, porque tiene mis recuerdos… Pero también yo conozco el suyo, aunque no lo pronunciaré aquí, en esta casa. Ash también lo sabe, y sabe qué hacer con él.
         Los dos se miraron de aquella forma, la que indicaba que hablaban sin hablar. Yo se recostó en la almohada exhausto, entregándole el vaso a  Emu y permitiéndole que lo ayudase a taparse. Estaba de vuelta, pero aún tardaría en sacudirse el frío del viaje de encima. Y puede que estuviesen al borde del abismo, pero Emu quería zanjar el asunto ya. Lo vio en sus movimientos impacientes, en el control que ejercía para no sacarlos de allí de una patada en el culo. Con ignotos o sin ellos, su hermano quería zanjar el asunto ya y no podía estar más de acuerdo.
         —Vendré a verte antes de que nos vayamos —le prometió a Yo.
         Yeialel asintió débilmente, tratando de mantenerse despierto. Hora de irse.

         Se despidió de Ash, que se metió en su habitación. Él iba a tomar el camino de siempre, escaleras abajo. Puede que Yo durmiese toda la noche, pero no sería su caso.
         La puerta del cuarto de Hylissa se abrió cuando pasó frente a ella, y la mujer asomó la cabeza.
         —¿Está bien? —preguntó.
         —Sí, estará mejor cuando descanse un poco.
         Ella suspiró aliviada. Era su propio estado de ánimo, oscuro y taciturno, lo que la había llevado a cuestionarse el estado de Yo, por supuesto.
         —Tú también deberías descansar… —sugirió con una sonrisa triste.
         —Soy incapaz de dormir —reconoció apoyando la frente en el marco de la puerta—. Hoy más que cualquier otro día.
         —En ese caso, quédate conmigo —le dijo Hylissa cogiéndole la mano—. Por favor, no quiero estar sola…
         Se dejó arrastrar al interior de la habitación dudando. Quería quedarse y, precisamente por eso, no sabía si debía.
         Arrastró el sillón que había a los pies de la cama, dejándolo justo a su lado, y se acomodó allí mientras ella se acostaba. Vio de reojo sus pálidas piernas, aún cubiertas por las marcas que pronto desaparecerían del todo. Estaba tan cerca que podía tocarla, si quería. Y ella lo miraba como si esperase que lo hiciera. Sin embargo no lo hizo, dejó que se metiese en la cama y se tapase como una buena chica. ¿Cuándo se había convertido en un monje?
         —¿Sentías algo por él? —le preguntó. Hylissa cerró los ojos. Se le aceleró el corazón y una sensación de rechazo se extendió por su pecho. No era necesario precisar de quien hablaba, ella lo entendió a la primera. Se arrepintió de haber hecho la pregunta, pero ya era demasiado tarde; las palabras habían salido de su boca y no podía volver a meterlas—. Lo siento, no es asunto mío…
         —Hace mucho tiempo pensé que sí —respondió tras una larga pausa, cuando ya pensaba que no lo haría— Creí que le quería, pero estaba equivocada.  
         Se pasó las manos por el pelo, preguntándose en qué clase de mundo podía una mujer como Hylissa querer a un hombre como aquel. La respuesta era muy sencilla: en el único mundo que existía para ella. Se preguntaba cómo había sido su vida con los sumerios, cómo habría ido a parar la gema a sus manos…
         —¿Cómo terminaste con ellos? —preguntó casi sin darse cuenta. Era un metepatas—. Mierda, perdona.
         —No pasa nada, entiendo tu curiosidad… Te cambio un tema incómodo por otro.
         —Un tema incómodo por otro, ¿eh? —dijo sorprendido. Parecía algo más relajada, y fue eso lo que le hizo aceptar—. De acuerdo. ¿Puedo saber cuál es el mío?
         —No, tendrás que esperar —había un leve indicio de sonrisa, y le gustó la sensación de poder hablar con ella de ciertas cosas sin que se molestase o se sintiese dolida —. Pero apaga la luz, así me resulta más fácil.
         Comprendía la necesidad de hablar esas cosas a oscuras. Según que derroteros tomase la conversación -y tenía una ligera idea de cuales podían ser- a él también le iba a resultar más fácil. Era en la oscuridad dónde se relataban las historias de terror. Y esa noche, pagaría el precio se su curiosidad con gusto.
         —Bien, Hylissa, soy todo oídos.


         —Emesh me salvó la vida —dijo. Una frase completamente inesperada. La historia prometía ser aún peor de lo que parecía a simple vista—. Me salvó, cuando me había rendido. En realidad no era así, pero en aquel momento estaba convencida. Deseaba la muerte, aunque la deseaba solo para escapar de la situación,  de la persona a la que estaba sujeta entonces. La deseaba para huir de él, no porque quisiese morir de verdad… Todo eso no sucedió hace tanto tiempo teniendo en cuenta los años que tengo, pero a mí me ha parecido toda una eternidad.
         Hubo una pausa en la que se miraron a los ojos. Él podía distinguirlos perfectamente en la oscuridad, y ella también los suyos. Los había tenido cerrados mientras hablaba y, cuando los cerró de nuevo, supo que iba a continuar.
         —La casa en la que te retuvieron era suya, del anterior amo, la persona de la que hablo. Cuando pienso en él siempre es el señor, como cuando vivía. Creo que, por costumbre, seguiré haciéndolo hasta que muera. Porque es así como quería que lo llamase y, aún ahora, casi cien años después, me aterroriza la idea de llamarlo de otro modo y que se me aparezca en sueños para corregirme. Y para que entiendas mi situación con Emesh, debo hablarte antes del señor.
         Otra pausa. Ella cogió aire y respiró hondo, y quiso tumbarse a su lado y abrazarla, pero se quedó dónde estaba. Dudaba de que quisiese que alguien la tocase mientras hablaba de aquello, y él empezaba a dudar de querer saberlo. Maldita fuese su lengua mil veces.
         —De todos los hombres con los que he estado, él fue el único que jamás utilizó el vínculo para someterme. Siempre prefirió hacerlo por la fuerza. Era brutal, y lo que deseaba de mí era resistencia… Y al principio se la di. Está en mi naturaleza resistirme y poder hacerlo resultaba un desahogo liberador. Pero su crueldad consiguió terminar con eso también, así que tuvo que encontrar nuevas formas de motivarme. Emesh apareció un día cualquiera con su hermano, y lo mató.
         —¿Era humano? —preguntó Vörj.
         —No. Formaba parte de la familia de mi padre…
         —Griegos…
         —Griegos —dijo ella asintiendo—. Le encantaba jugar a ser el lord inglés que fingía ser. Emesh me liberó, y ocupó la casa. Me prohibió salir, entre otras muchas cosas…
         —Como mirarlo a los ojos.
         —Como mirarlo a los ojos. Pero me trataba bien, nunca fue violento conmigo. Y en ciertos aspectos… —susurró tras detenerse un instante— se tomó un interés que nadie se había tomado nunca antes. Me complacía, si yo le complacía a él. Y todo ese cambio en general, hizo que apreciase lo que me daba muy por encima de su valor real. Porque la realidad era que para él… solo era como una de las yeguas del señor; una posesión que le atribuía ciertos beneficios. Y fue suficiente durante un tiempo, pero al final… Con el paso de los años, Emesh consiguió que entendiese la diferencia entre rendirme, y rendirme de verdad. Deseé la muerte, y no con el único propósito de escapar, si no para que todo terminase por fin. Su indiferencia fue más efectiva que la violencia, después de todo. Y eso es algo que no puedo soportar…
         Se quedó callado, sin saber que decir. Todo lo que se le ocurría le sonaba torpe y vacío, así que se lo guardó para él.
         —Sí, pensé que le quería —dijo Hylissa—, pensé que él me había salvado la vida. También me equivoqué al creer que me había rendido aquella primera vez.  La realidad, Vörj, es que fuiste tú el que me salvó la vida cuando me rendí de verdad. La realidad es que he estado dormida toda mi vida, hasta que desperté aquí, en tu casa. Y ya no siento nada por él, pero a pesar de todo… tampoco le odio.
         Le tendió la mano y él se la cogió. Se acercó más para besarla en el dorso de la muñeca, allí donde el brazalete descansaba. Y fue el momento más íntimo que había compartido con nadie en mucho tiempo. Y eso era mucho decir, teniendo en cuenta la vida que había estado llevando, llena, únicamente, de momentos íntimos.
         —Yo lo odiaré por ti —aseguró—. No dejaré que nadie vuelva a hacerte daño, Hylissa…
         —Túmbate conmigo —le pidió tirando de él—No quiero que odies a nadie ni que me prometas nada. Sólo túmbate conmigo y abrázame.
         Y se tumbó junto a ella obediente, rodeándola con el brazo. El pelo le olía a flores y a vainilla, y respiró el aroma cerrando los ojos. Ahora había llegado su turno.

         —¿Cual es mi tema incómodo?
         —El otro día vi la lápida… —dijo en voz muy baja—. Yo me dijo que perdiste a tu mujer y a tu hijo. Me dijo que era humana. Quería… ya sabes, saber algo más sobre ella. Tampoco es asunto mío, y no se me hubiese ocurrido sacar el tema de no ser porque Yo me dijo que había sido hace mucho. Y porque para mí, hablar contigo no ha sido tan terrible como pensaba. Y, bueno, porque tú me has inducido a todo esto de las conversaciones incómodas, claro.
         —Está bien, acepto toda la responsabilidad. Soy un bocazas —ya no podía verle la cara porque estaba a su espalda, pero supo que estaba sonriendo. Eso le dio algo de valor —Se llamaba Eydís. La conocí cuando era una niña, una esclava, como tú. También compartís el color del cabello… Me recordaste a ella cuando te vi la primera vez, cuando lo llevabas largo.
         —Por eso te gusta más ahora, ya no te recuerdo a ella —dijo sin reproche.
         —No, me gusta más porque te queda bien así —repuso acariciándole la cabeza. Volvía a sonreír. Lo sentía en su interior, como sentía todo lo demás. Y a él también le pareció que hablar con ella no era tan terrible como pensaba.
         —Sigue —le pidió.
         —La compré. Quizá no debí hacerlo, ¿qué necesidad tenía de preocuparme de ella…? Ninguna, pero por algún motivo no fui capaz de dejarla allí. Tenía mucho carácter, no hubiese durado demasiado… Bueno, el caso es que la traje aquí. Esto era una choza espartana que construí para tener un sitio al que ir cuando necesitaba estar solo. Le dije que era libre de irse, pero no se fue. Y creció. Y las cosas cambiaron entre nosotros. Siempre conseguía lo que se proponía…
         —Eso no te sirve de excusa… —dijo riendo entre dientes.
         —No, supongo que no. No me resistí demasiado, la verdad —respondió. Y a él también se le escapó una sonrisa. Y hacía mucho que no sonreía pensando en su mujer—. Me casé con ella.
         —No te imaginaba casado, me sorprendió. No sé porque, pensaba que no era propio de vosotros…
         —No lo es. Lo hice porque era importante para ella, y porque casándonos la protegía. Nadie la molestaba cuando iba a la aldea porque todos sabían que tenía esposo. Y porque un día entendieron por las malas que a su esposo no le gustaba que la molestasen. Era importante para ella, pero no me lo pidió. Lo único que me pidió fue un hijo. Yo nunca he querido hijos y me negué. Me negué durante mucho tiempo… Pero al final me pareció injusto pensar solo en mí y accedí. ¿Tienes hijos, Hylissa?
         —No. No soy fértil —dijo con voz monótona.
         —Lo siento…
         —Yo no, ha sido un alivio. Es el único golpe de suerte que he tenido en mi vida. Yo también me dijo que murieron los dos en el parto… —añadió cambiando de tema.
         —El bebé vivió un par de horas. Su madre un poco más, aunque no llegó a saber que él había muerto… Fui incapaz de decírselo. También fui incapaz de cogerlo en brazos. No quise ni mirarlo… Fue Ash el que se encargó de limpiarlo y amortajarlo. Eso es lo realmente incómodo aquí, Hylissa, algo de lo que nunca he hablado, ni siquiera con mis hermanos. Después de todo este tiempo, es algo que me sigue persiguiendo. No quería hijos, y tuve que incinerar a uno sin haberle puesto nombre.
         —El dolor nos vuelve locos.
         —Ella dijo que se parecía a mí. Era rubio, con los ojos dorados. Lo odié. Lo odié durante años… Sabía que no era culpa suya, pero lo odié igualmente, porque cuando llegó terminó con todo lo que me importaba…
         —Tenías a tus hermanos… —susurró poniendo una mano sobre su brazo.
         —Pues claro que sí, ellos siempre estuvieron conmigo… Pero en ese momento no me daba cuenta, y también estaba equivocado. Los recuerdos de esos días están muy borrosos. Porque ha pasado mucho tiempo, y porque he evitado pensar demasiado en ellos.
         —Está bien… lo daremos por zanjado. No más historias incómodas por hoy. Pero quédate conmigo hasta que te vayas —añadió.
         Hylissa buscó su mano y la enlazó a la suya. No le había mencionado que se iba, pero seguro que podía percibir el sutil cambio en él. El cambio que indicaba que lo que se avecinaba estaba próximo.
         —Me quedaré contigo, Hylissa, y te avisaré  cuando me vaya a marchar.
         Ella se relajó y no tardó en dormirse, apretada contra su cuerpo.
         Y se quedó porque le había dicho que lo haría, pero también porque verla dormir le daba cierta paz.





* * *

         Yo se levantó con cuidado, tratando de no despertar a Emu. Salió de la habitación en silencio y se dirigió a la de Ash. Había algo que haría antes de que se fuesen y era mejor entonces, con la casa en reposo, que más tarde, cuando todos protestasen por verlo trabajar. Se deslizó en el interior para descubrir que él ya estaba en pie, si es que en algún momento se había acostado.
         —No puedes estarte quieto, ¿verdad? —le preguntó su hermano inclinando la comisura de los labios ligeramente hacia arriba.
         —Necesito tratar esa herida, ya lo sabes. Después de lo del otro día no te pediría que no fueses, pero no lo harás sin estar en las mejores condiciones posibles, al menos en lo que a mí me atañe. Y prefiero no escuchar ninguna crítica al respecto.
         —A sus órdenes —dijo con sorna quitándose la camiseta antes de que se lo requiriese. La herida tenía mal aspecto. El color oscuro que la recubría había vuelto y parecía infectada. Unos días sin echarle un vistazo y se le había ido de las manos…
         —Vas a tener que regresar te guste o no, Ash. Tenemos que hacer algo definitivo con esto…
         —Lo pensaré cuando hayamos terminado.
         La examinó con delicadeza en silencio hasta que comenzó a colocar los cuarzos. Había algo a lo que daba vueltas desde que Ash había vuelto y que ya no pensaba pasar por alto.
         —Te fuiste sin despedirte —le soltó a bocajarro. Lo pilló por sorpresa, ya que estaba distraído mirando por la enorme ventana. Cuando sus ojos se encontraron lo escrutó de aquel modo en que solía hacerlo, penetrando hasta el fondo de su ser. Y en esos momentos, justo después de su viaje, se sintió desnudo e inseguro. Hasta que rompió el contacto visual de nuevo para centrarse en la herida.
         —Tuve miedo —dijo su hermano tras tomarse su tiempo—. Miedo de no ser capaz de irme.
         —Eso no hubiese sido tan malo como podías pensar, ¿sabes?
         —Lo hubiese sido. Necesitaba estar solo, Yo. Ella murió y algo dentro de mí se rompió. Y ya no se trató solo de su muerte. Desde ese instante, ya no se trató solo de ella, ¿entiendes? Tenía que marcharme.
         —¿Y ahora?
         —Ahora no lo sé —respondió Ash tras una nueva pausa.
         —Arikel —le dijo con tristeza usando su verdadero nombre—, por muy lejos que te vayas… nunca conseguirás huir de ti mismo.
         —Tú tampoco conseguirás huir de lo que ha pasado, Yo. Por más que trates de enterrarlo, no conseguirás que desaparezca —repuso Ash volviendo a mirar por la ventana.
         —Tienes razón, pero yo decido si quiero hablar de ello o no. Y antes de que me digas que debería contárselo… —dijo refiriéndose a Emu— deberías pararte a pensar que saberlo no lo va a beneficiar en nada. Todo lo contrario.
         —¿Piensas que no sería capaz de soportarlo?
         —No, estoy seguro de que sería capaz de soportarlo, pero pienso que no tiene porqué hacerlo.
         —Es posible… pero eso no te sirve para justificarte. Y, desde luego, no te servirá si él lo descubre.
         —Entonces lo mejor será que no lo descubra.



         Estaban todos listos para partir. Allí, de pie en el salón, junto a la puerta por la que saldrían para desaparecer un momento después. Había perdido la cuenta de la cantidad de veces que había pasado por la misma situación. Había pasado la noche con Emu y eso no había sido suficiente. Cuando el sol salió, el seguía viéndolo todo oscuro, como si aún estuviese dentro de aquel lugar lleno de voces y sombras. Necesitaba el calor de Emu que le hacía olvidar el frío. Pero Emu se marchaba con los demás. Al menos esta vez no se quedaría solo, pensó mirando a Hylissa. Sospechaba que Vörj y ella habían pasado la noche juntos. Los había visto salir de la habitación de la mujer justo cuando él salía de la de Ash. Su hermano le pasaba el brazo por los hombros de una forma mucho más relajada que antes, como si fuese algo que hubiese hecho siempre. Los dos se miraban y sonreían. Sí, todo había empezado. Y él también hubiese sonreído, de no ser por lo que les aguardaba. La tormenta seguía ahí fuera, esperando su momento. Y el momento había llegado.

         —Él estará en la casa, esperándote —le dijo a Vörj—. Sabe que no irás solo.
         —Bien, porque ahora nosotros también sabemos que él tampoco está solo…
         —Recuerda lo que te he dicho, Vörj, debes centrarte en Emesh y en el portal. Deja que ellos se encarguen de lo demás…
         —Lo recordaré, tengo un plan —Vörj sacó de su bolsillo la gema y se la entregó, dejándolo atónito—. Es solo un préstamo, no te acostumbres. Tendrás que devolvérmela cuando regrese…
         La sensación que siguió al primer contacto fue algo totalmente distinto, algo que no había experimentado nunca. Se había preguntado muchas veces cómo sería, qué se sentiría. Ya tenía las respuestas: era mucho más fuerte que el vínculo que lo unía a sus hermanos, tal y como había imaginado, y lo sentía todo. Ella los miraba a ambos sin entender, con la angustia de verlos marchar y de haber perdido una parte importante de sí misma que había encontrado en su hermano.
         —Lo que tengo que hacer, Hylissa, no puedo hacerlo si estamos unidos —le explicó Vörj cogiéndola de la barbilla—. Es más seguro así, y volveré a por ti después, te lo prometo.
         —Está bien, te tomo la palabra.

         Ash lo observaba todo desde su lugar habitual, algo separado del resto, y Emu junto a él, esperando el momento de la despedida con aprensión. Habían pasado la noche juntos, aunque la había desperdiciado durmiendo. No hubiese podido ser de otro modo dado el estado en el que estaba, pero le hubiese gustado poder disfrutar de su compañía. Ser consciente del peso de su brazo sobre su pecho, unos besos en privado. Besos que había echado mucho de menos.
         —Emu, te esperamos fuera —dijo Ash saliendo por la puerta.
         —¡Ash! —lo llamó— Una cosa más…
         Se alegró más que nunca del don de su hermano, tan oportuno en esos momentos. Por saber lo que necesitaba, y por tener ocasión de decirle algo sin expresarlo con palabras, dejándolo leer para que quedase entre ellos. Algo en lo que también había pensado desde que Arikel regresó y que se había reforzado tras su viaje, tras estudiar el vínculo ficticio que unía a Vörj y a Emesh. Él podía hacer uno similar para Ash, uno que volviese a unirlo a ellos, únicamente a los tres. Una torpe pierna de madera que sustituyese a la buena, pero una pierna a fin de cuentas.
         —Lo pensaré —dijo Ash, la media sonrisa de vuelta, similar a un tajo en la boca.
         Ash salió tras despedirse con un gesto de cabeza, con Hylissa y Vörj pisándole los talones. Y se quedó a solas con Emu, por fin. Se abrazaron, se besaron… Y solo tenía ganas de llorar. Por Emu, que se iba al infierno y por él, que había vuelto de allí.
         Cuándo fue a reunirse con los demás, Yo se quedó en la casa. Nunca salía para verlos desaparecer. Se quedó en la casa, de espaldas a la puerta por la que Emu se había ido.
    

* * *

         Hylissa entró de nuevo, con una sensación de desasosiego pegada al estómago. Él ya no estaba… Y la pérdida sólo se apaciguaba con la dulce presencia de Yo. Aún en ese momento difícil la luz que desprendía la colmaba de una paz desconocida hasta entonces. Se sentía limpia. El contacto había sido como un fogonazo, un destello infinito, luminoso y ensordecedor. Su presencia era tan blanca por dentro, como lo era por fuera.
         Se sentaron los dos en uno de los enormes sillones del salón, ella recostada sobre él. Abrazados, porque no podían estar de otro modo. Yo buscó su mano y los dedos de ambos se entrelazaron de forma instintiva, recordando el camino que habían aprendido. Y apoyó la cabeza en su hombro, para que él pudiese llorar sin que ella lo viese. Sin decirse nada, porque no había nada que decir.

         No supo discernir cuánto tiempo pasaron así. No mucho, en cualquier caso. Hasta que la puerta principal se abrió, y por ella entró alguien a quien no esperaba volver a ver nunca más. Y su propio miedo fue superado por el pavor intenso que sintió Yo a su lado.
         —Pensé que no iban a marcharse nunca… —dijo mirándolos a los dos, con una voz que le heló la sangre en las venas.