Fragmentos oscuros
Decidió
que regresaría pensando en ella y en lo que le había dicho a los pies de la
escalera, no con simples palabras, sino a través del vínculo. Decidió que sus
asuntos personales con Emesh podían esperar un poco más. Oh, sí, volverían a
verse muy pronto. Cuando se hubiese deshecho del lazo que los unía, o cuando
destripase a Viktor con sus propias manos asegurándose de que no volvería a
ocurrírsele otra estupidez como la que los había llevado hasta ese punto.
Cualquiera de las dos opciones le servía, y no le importaba una puta mierda
cual fuese en primer lugar.
Aún
no había anochecido del todo cuando entró en la casa.
—Si
que te has dado prisa en despachar tus asuntos —dijo Ash. No iba a admitirlo nunca
pero, a sus ojos -que eran unos ojos que lo conocían mejor que los de cualquier
otro-, apareció claramente aliviado.
Hylissa
fue a su encuentro, con una sonrisa abierta. Una que hasta entonces desconocía.
Una que acentuó el deseo de robarle un beso y que le hizo pensar en cómo sería
tener los labios pegados a su boca cuando reía. Y en otras circunstancias quizá
hubiese hecho todo aquello y algunas cosas más, pero no en esas. No haría con
ella lo que le viniese en gana, como habían hecho todos. Y solo tuvo que pensar
en Yo tumbado en la maldita cama de arriba para sentir un cubo de agua fría en
la cara.
Y
el pánico se apoderó de él una vez más cuando oyó gritar a Emu desde su
habitación, llamándolo.
* * *
Despertó en su cama, lo supo
por el olor. Ese olor tan característico que Emu desprendía, que se quedaba en
las sábanas y que lo cautivaba. Emu olía a especias. El exótico aroma lo había
acompañado desde que lo conoció, relacionándolo siempre con las noches que
compartían. Con besos bajo las estrellas; con el sonido de alguno de sus
instrumentos cuando tocaba para él; con la visión impagable de verlo tallar,
concentrado y tranquilo, los pájaros a los que daba vida para regalárselos
después. Había también en Emu otro olor que lo identificaba; tenía el olor del
fuego y el tiempo templados bajo esa piel ligeramente bronceada, mezclando de
forma perfecta todo lo demás. Despertó en su cama, aferrado a esos momentos, al
cálido tacto de unos labios sobre los suyos, al destello cobre de sus ojos. Estaba
de vuelta, con él, y eso fue lo único que alivió el doloroso tránsito. Porque
el dolor de la carne era insoportable, un tormento infinito. Como quedar
sepultado bajo una avalancha de rocas. Su cuerpo era ahora una barrera rígida,
una pesada masa orgánica que dificultaba el paso de la energía a través de él.
Un cuerpo lleno de limitaciones… Y recordó con nostalgia los tiempos en lo que
no estaba atado a un cuerpo mortal. Los tiempos en los que era simplemente un
pequeño punto luminoso, brillando con intensidad en los ojos de su padre.
Tiempos que su padre le hizo olvidar cuando susurró su nombre por primera vez.
Y solo aquel olor -el olor de Emu- hizo que todo lo que había sufrido antes y
lo que lo hacía sufrir ahora, mereciese la pena. Estaba vivo y Elariel estaba a
su lado.
Trató de hablar, pero no
salieron más que estertores de su boca seca. Escuchó a su hermano que lo
llamaba, lo zarandeaba con suavidad intentando ayudarlo a salir de ese
lamentable estado de sopor en el que se hallaba. Hasta que, finalmente, Emu gritó
pidiendo ayuda, y su voz sonó casi igual que la suya; ronca, acabada. Como si
hubiesen pasado siglos desde que pronunció la última palabra y se le hubiese
llenado la garganta de polvo.
—Te escuché —graznó
sujetándolo del brazo—. Dijiste mi nombre. Tú… dijiste mi nombre y me ayudaste
a recordar.
—Shhh… No hables…
Y cayó en la inconsciencia.
* * *
—Necesitas
descansar… —le dijo a Yo.
—Necesito
descansar y lo haré, pero antes debemos hablar.
Tenía
un vaso entre las manos, que le temblaban visiblemente. Mal asunto. También
había algo que trataba de esconder. Lo percibía en su estado de ánimo, una
oscura sombra que antes no estaba allí. Emu no parecía notarlo, aunque en aquel
momento, se dijo, debía bastarle con tenerlo de vuelta en casa. Luchaba por no
echarlos a todos de la habitación, por no abalanzarse sobre Yo para estrecharlo
entre sus brazos. Eso lo guardaría para luego, cuando hubiese podido cumplir
con lo primero.
—Está
bien —le concedió—, sé breve.
—Sé
cómo deshacernos del sumerio, lo he dejado todo preparado. Y hay más —añadió—,
él no es nuestro único problema. Ni siquiera es nuestro peor problema…
—¿Qué
quieres decir? —preguntó Emu.
—Hay
alguien más allí, alguien que se nos pasó por alto a todos… Un ignoto.
Se
hizo el silencio. Ash se removió inquieto a su lado, él tampoco había abierto
la boca y se había preguntado por qué. Bien, ahí lo tenía.
—Joder
—de repente, sus problemas personales con Emesh y Viktor se habían hecho muy
pequeños. La sola mención de la criatura había bastado para erizarle el vello
de la nuca. Los ignotos ya eran seres antiguos cuando ellos fueron creados.
Eran su equivalente al cuento de viejas que se les cuenta a los niños.
—Ella
sigue estando prisionera —siguió Yo—, Emesh la trajo, pero no del todo. Piensa
que es él quien la retiene, el que se sirve de ella, pero está equivocado. Emesh
le pertenece en la misma medida en que ella le pertenece a él. Hay una piedra…
—Sé
de qué piedra hablas —recordaba la piedra, supo que era a la que Yeialel se
refería. El sumerio solía llevarla en la mano, y no le pareció que la
acariciase como acariciaría una simple piedra. La palpaba sintiéndola, de igual
modo que él palpaba la gema a veces. Exactamente así.
—La
piedra es un portal —explicó Yo—. Un portal a su mundo, el mismo en el que
ambos estuvieron cautivos hasta que Viktor los sacó de allí. Y no creo que Viktor
lo sepa. Dudo que esté al corriente de lo que ha traído del otro lado…
—Nos
olvidaremos de Viktor de momento. Dices que la piedra es un portal…
—Así
es. Cuando me fui de allí dejé abierta esa puerta. Bueno, no abierta del todo,
o lo hubiesen averiguado. Dejémoslo en que está entornada… Lo justo para que no
puedan vislumbrar la luz cuando pasen por delante. Tenéis que ir antes de que
se den cuenta, o no habrá servido de nada.
—El
plan es devolverlos a su agujero, entonces —dijo tras pensar un rato.
—Eso
es. Tú podrás hacerlo. Podrás abrir la puerta del todo, si te digo como…
—Está
bien, saldré por la mañana. Haré lo que me pidas, Yo.
—Saldremos
—repuso Emu lanzándole una mirada torva—. Esta vez, Ash y yo vamos contigo.
—Está
bien, iremos los tres.
—Hay
más —dijo Yo—. Ella conoce nuestros nombres, todos, porque tiene mis recuerdos…
Pero también yo conozco el suyo, aunque no lo pronunciaré aquí, en esta casa. Ash también lo sabe, y sabe qué hacer
con él.
Los
dos se miraron de aquella forma, la que indicaba que hablaban sin hablar. Yo se
recostó en la almohada exhausto, entregándole el vaso a Emu y permitiéndole que lo ayudase a taparse.
Estaba de vuelta, pero aún tardaría en sacudirse el frío del viaje de encima. Y
puede que estuviesen al borde del abismo, pero Emu quería zanjar el asunto ya.
Lo vio en sus movimientos impacientes, en el control que ejercía para no
sacarlos de allí de una patada en el culo. Con ignotos o sin ellos, su hermano
quería zanjar el asunto ya y no podía estar más de acuerdo.
—Vendré
a verte antes de que nos vayamos —le prometió a Yo.
Yeialel asintió débilmente, tratando de
mantenerse despierto. Hora de irse.
Se
despidió de Ash, que se metió en su habitación. Él iba a tomar el camino de
siempre, escaleras abajo. Puede que Yo durmiese toda la noche, pero no sería su
caso.
La
puerta del cuarto de Hylissa se abrió cuando pasó frente a ella, y la mujer
asomó la cabeza.
—¿Está
bien? —preguntó.
—Sí,
estará mejor cuando descanse un poco.
Ella suspiró aliviada. Era su propio estado
de ánimo, oscuro y taciturno, lo que la había llevado a cuestionarse el estado
de Yo, por supuesto.
—Tú
también deberías descansar… —sugirió con una sonrisa triste.
—Soy
incapaz de dormir —reconoció apoyando la frente en el marco de la puerta—. Hoy
más que cualquier otro día.
—En
ese caso, quédate conmigo —le dijo Hylissa cogiéndole la mano—. Por favor, no
quiero estar sola…
Se
dejó arrastrar al interior de la habitación dudando. Quería quedarse y,
precisamente por eso, no sabía si debía.
Arrastró
el sillón que había a los pies de la cama, dejándolo justo a su lado, y se
acomodó allí mientras ella se acostaba. Vio de reojo sus pálidas piernas, aún
cubiertas por las marcas que pronto desaparecerían del todo. Estaba tan cerca
que podía tocarla, si quería. Y ella lo miraba como si esperase que lo hiciera.
Sin embargo no lo hizo, dejó que se metiese en la cama y se tapase como una
buena chica. ¿Cuándo se había convertido en un monje?
—¿Sentías
algo por él? —le preguntó. Hylissa cerró los ojos. Se le aceleró el corazón y
una sensación de rechazo se extendió por su pecho. No era necesario precisar de
quien hablaba, ella lo entendió a la primera. Se arrepintió de haber hecho la
pregunta, pero ya era demasiado tarde; las palabras habían salido de su boca y
no podía volver a meterlas—. Lo siento, no es asunto mío…
—Hace
mucho tiempo pensé que sí —respondió tras una larga pausa, cuando ya pensaba
que no lo haría— Creí que le quería, pero estaba equivocada.
Se
pasó las manos por el pelo, preguntándose en qué clase de mundo podía una mujer
como Hylissa querer a un hombre como aquel. La respuesta era muy sencilla: en
el único mundo que existía para ella. Se preguntaba cómo había sido su vida con
los sumerios, cómo habría ido a parar la gema a sus manos…
—¿Cómo
terminaste con ellos? —preguntó casi sin darse cuenta. Era un metepatas—.
Mierda, perdona.
—No
pasa nada, entiendo tu curiosidad… Te cambio un tema incómodo por otro.
—Un
tema incómodo por otro, ¿eh? —dijo sorprendido. Parecía algo más relajada, y
fue eso lo que le hizo aceptar—. De acuerdo. ¿Puedo saber cuál es el mío?
—No,
tendrás que esperar —había un leve indicio de sonrisa, y le gustó la sensación
de poder hablar con ella de ciertas cosas sin que se molestase o se sintiese
dolida —. Pero apaga la luz, así me resulta más fácil.
Comprendía
la necesidad de hablar esas cosas a oscuras. Según que derroteros
tomase la conversación -y tenía una ligera idea de cuales podían ser- a él
también le iba a resultar más fácil. Era en la oscuridad dónde se relataban las
historias de terror. Y esa noche, pagaría el precio se su curiosidad con gusto.
—Bien,
Hylissa, soy todo oídos.
—Emesh
me salvó la vida —dijo. Una frase completamente inesperada. La historia
prometía ser aún peor de lo que parecía a simple vista—. Me salvó, cuando me
había rendido. En realidad no era así, pero en aquel momento estaba convencida.
Deseaba la muerte, aunque la deseaba solo para escapar de la situación, de la persona a la que estaba sujeta entonces.
La deseaba para huir de él, no porque quisiese morir de verdad… Todo eso no
sucedió hace tanto tiempo teniendo en cuenta los años que tengo, pero a mí me
ha parecido toda una eternidad.
Hubo
una pausa en la que se miraron a los ojos. Él podía distinguirlos perfectamente
en la oscuridad, y ella también los suyos. Los había tenido cerrados mientras
hablaba y, cuando los cerró de nuevo, supo que iba a continuar.
—La
casa en la que te retuvieron era suya, del anterior amo, la persona de la que
hablo. Cuando pienso en él siempre es el
señor, como cuando vivía. Creo que, por costumbre, seguiré haciéndolo hasta
que muera. Porque es así como quería que lo llamase y, aún ahora, casi cien
años después, me aterroriza la idea de llamarlo de otro modo y que se me
aparezca en sueños para corregirme. Y para que entiendas mi situación con
Emesh, debo hablarte antes del señor.
Otra
pausa. Ella cogió aire y respiró hondo, y quiso tumbarse a su lado y abrazarla,
pero se quedó dónde estaba. Dudaba de que quisiese que alguien la tocase
mientras hablaba de aquello, y él empezaba a dudar de querer saberlo. Maldita
fuese su lengua mil veces.
—De
todos los hombres con los que he estado, él fue el único que jamás utilizó el
vínculo para someterme. Siempre prefirió hacerlo por la fuerza. Era brutal, y
lo que deseaba de mí era resistencia… Y al principio se la di. Está en mi
naturaleza resistirme y poder hacerlo resultaba un desahogo liberador. Pero su
crueldad consiguió terminar con eso también, así que tuvo que encontrar nuevas
formas de motivarme. Emesh apareció un día cualquiera con su hermano, y lo
mató.
—¿Era humano? —preguntó Vörj.
—No.
Formaba parte de la familia de mi padre…
—Griegos…
—Griegos
—dijo ella asintiendo—. Le encantaba jugar a ser el lord inglés que fingía ser.
Emesh me liberó, y ocupó la casa. Me prohibió salir, entre otras muchas cosas…
—Como
mirarlo a los ojos.
—Como
mirarlo a los ojos. Pero me trataba bien, nunca fue violento conmigo. Y en
ciertos aspectos… —susurró tras detenerse un instante— se tomó un interés que
nadie se había tomado nunca antes. Me complacía, si yo le complacía a él. Y
todo ese cambio en general, hizo que apreciase lo que me daba muy por encima de
su valor real. Porque la realidad era que para él… solo era como una de las
yeguas del señor; una posesión que le atribuía ciertos beneficios. Y fue
suficiente durante un tiempo, pero al final… Con el paso de los años, Emesh
consiguió que entendiese la diferencia entre rendirme, y rendirme de verdad. Deseé la muerte, y no con el único
propósito de escapar, si no para que todo terminase por fin. Su indiferencia
fue más efectiva que la violencia, después de todo. Y eso es algo que no puedo
soportar…
Se
quedó callado, sin saber que decir. Todo lo que se le ocurría le sonaba torpe y
vacío, así que se lo guardó para él.
—Sí,
pensé que le quería —dijo Hylissa—, pensé que él me había salvado la vida.
También me equivoqué al creer que me había rendido aquella primera vez. La realidad, Vörj, es que fuiste tú el que me
salvó la vida cuando me rendí de verdad. La realidad es que he estado dormida
toda mi vida, hasta que desperté aquí, en tu casa. Y ya no siento nada por él,
pero a pesar de todo… tampoco le odio.
Le
tendió la mano y él se la cogió. Se acercó más para besarla en el dorso de la
muñeca, allí donde el brazalete descansaba. Y fue el momento más íntimo que
había compartido con nadie en mucho tiempo. Y eso era mucho decir, teniendo en
cuenta la vida que había estado llevando, llena, únicamente, de momentos íntimos.
—Yo
lo odiaré por ti —aseguró—. No dejaré que nadie vuelva a hacerte daño, Hylissa…
—Túmbate
conmigo —le pidió tirando de él—No quiero que odies a nadie ni que me prometas
nada. Sólo túmbate conmigo y abrázame.
Y
se tumbó junto a ella obediente, rodeándola con el brazo. El pelo le olía a
flores y a vainilla, y respiró el aroma cerrando los ojos. Ahora había llegado
su turno.
—¿Cual
es mi tema incómodo?
—El
otro día vi la lápida… —dijo en voz muy baja—. Yo me dijo que perdiste a tu
mujer y a tu hijo. Me dijo que era humana. Quería… ya sabes, saber algo más
sobre ella. Tampoco es asunto mío, y no se me hubiese ocurrido sacar el tema de
no ser porque Yo me dijo que había sido hace mucho. Y porque para mí, hablar
contigo no ha sido tan terrible como pensaba. Y, bueno, porque tú me has
inducido a todo esto de las conversaciones incómodas, claro.
—Está
bien, acepto toda la responsabilidad. Soy un bocazas —ya no podía verle la cara
porque estaba a su espalda, pero supo que estaba sonriendo. Eso le dio algo de
valor —Se llamaba Eydís. La conocí cuando era una niña, una esclava, como tú.
También compartís el color del cabello… Me recordaste a ella cuando te vi la
primera vez, cuando lo llevabas largo.
—Por
eso te gusta más ahora, ya no te recuerdo a ella —dijo sin reproche.
—No,
me gusta más porque te queda bien así —repuso acariciándole la cabeza. Volvía a
sonreír. Lo sentía en su interior, como sentía todo lo demás. Y a él también le
pareció que hablar con ella no era tan terrible como pensaba.
—Sigue
—le pidió.
—La
compré. Quizá no debí hacerlo, ¿qué necesidad tenía de preocuparme de ella…?
Ninguna, pero por algún motivo no fui capaz de dejarla allí. Tenía mucho
carácter, no hubiese durado demasiado… Bueno, el caso es que la traje aquí.
Esto era una choza espartana que construí para tener un sitio al que ir cuando
necesitaba estar solo. Le dije que era libre de irse, pero no se fue. Y creció.
Y las cosas cambiaron entre nosotros. Siempre conseguía lo que se proponía…
—Eso
no te sirve de excusa… —dijo riendo entre dientes.
—No,
supongo que no. No me resistí demasiado, la verdad —respondió. Y a él también
se le escapó una sonrisa. Y hacía mucho que no sonreía pensando en su mujer—.
Me casé con ella.
—No
te imaginaba casado, me sorprendió. No sé porque, pensaba que no era propio de
vosotros…
—No lo es. Lo hice porque era importante
para ella, y porque casándonos la protegía. Nadie la molestaba cuando iba a la
aldea porque todos sabían que tenía esposo. Y porque un día entendieron por las
malas que a su esposo no le gustaba que la molestasen. Era importante para
ella, pero no me lo pidió. Lo único que me pidió fue un hijo. Yo nunca he
querido hijos y me negué. Me negué durante mucho tiempo… Pero al final me
pareció injusto pensar solo en mí y accedí. ¿Tienes hijos, Hylissa?
—No.
No soy fértil —dijo con voz monótona.
—Lo
siento…
—Yo
no, ha sido un alivio. Es el único golpe de suerte que he tenido en mi vida. Yo
también me dijo que murieron los dos en el parto… —añadió cambiando de tema.
—El
bebé vivió un par de horas. Su madre un poco más, aunque no llegó a saber que él
había muerto… Fui incapaz de decírselo. También fui incapaz de cogerlo en
brazos. No quise ni mirarlo… Fue Ash el que se encargó de limpiarlo y
amortajarlo. Eso es lo realmente incómodo aquí, Hylissa, algo de lo que nunca
he hablado, ni siquiera con mis hermanos. Después de todo este tiempo, es algo
que me sigue persiguiendo. No quería hijos, y tuve que incinerar a uno sin
haberle puesto nombre.
—El
dolor nos vuelve locos.
—Ella
dijo que se parecía a mí. Era rubio, con los ojos dorados. Lo odié. Lo odié
durante años… Sabía que no era culpa suya, pero lo odié igualmente, porque
cuando llegó terminó con todo lo que me importaba…
—Tenías
a tus hermanos… —susurró poniendo una mano sobre su brazo.
—Pues
claro que sí, ellos siempre estuvieron conmigo… Pero en ese momento no me daba
cuenta, y también estaba equivocado. Los recuerdos de esos días están muy
borrosos. Porque ha pasado mucho tiempo, y porque he evitado pensar demasiado en
ellos.
—Está
bien… lo daremos por zanjado. No más historias incómodas por hoy. Pero quédate
conmigo hasta que te vayas —añadió.
Hylissa
buscó su mano y la enlazó a la suya. No le había mencionado que se iba, pero seguro
que podía percibir el sutil cambio en él. El cambio que indicaba que lo que se
avecinaba estaba próximo.
—Me
quedaré contigo, Hylissa, y te avisaré
cuando me vaya a marchar.
Ella
se relajó y no tardó en dormirse, apretada contra su cuerpo.
Y
se quedó porque le había dicho que lo haría, pero también porque verla dormir
le daba cierta paz.
* * *
Yo
se levantó con cuidado, tratando de no despertar a Emu. Salió de la habitación
en silencio y se dirigió a la de Ash. Había algo que haría antes de que se fuesen
y era mejor entonces, con la casa en reposo, que más tarde, cuando todos
protestasen por verlo trabajar. Se deslizó en el interior para descubrir que él
ya estaba en pie, si es que en algún momento se había acostado.
—No
puedes estarte quieto, ¿verdad? —le preguntó su hermano inclinando la comisura
de los labios ligeramente hacia arriba.
—Necesito
tratar esa herida, ya lo sabes. Después de lo del otro día no te pediría que no
fueses, pero no lo harás sin estar en las mejores condiciones posibles, al
menos en lo que a mí me atañe. Y prefiero no escuchar ninguna crítica al
respecto.
—A
sus órdenes —dijo con sorna quitándose la camiseta antes de que se lo requiriese.
La herida tenía mal aspecto. El color oscuro que la recubría había vuelto y
parecía infectada. Unos días sin echarle un vistazo y se le había ido de las
manos…
—Vas
a tener que regresar te guste o no, Ash. Tenemos que hacer algo definitivo con
esto…
—Lo
pensaré cuando hayamos terminado.
La
examinó con delicadeza en silencio hasta que comenzó a colocar los cuarzos.
Había algo a lo que daba vueltas desde que Ash había vuelto y que ya no pensaba
pasar por alto.
—Te
fuiste sin despedirte —le soltó a bocajarro. Lo pilló por sorpresa, ya que
estaba distraído mirando por la enorme ventana. Cuando sus ojos se encontraron
lo escrutó de aquel modo en que solía hacerlo, penetrando hasta el fondo de su ser.
Y en esos momentos, justo después de su viaje, se sintió desnudo e inseguro.
Hasta que rompió el contacto visual de nuevo para centrarse en la herida.
—Tuve
miedo —dijo su hermano tras tomarse su tiempo—. Miedo de no ser capaz de irme.
—Eso
no hubiese sido tan malo como podías pensar, ¿sabes?
—Lo
hubiese sido. Necesitaba estar solo, Yo. Ella murió y algo dentro de mí se
rompió. Y ya no se trató solo de su muerte. Desde ese instante, ya no se trató
solo de ella, ¿entiendes? Tenía que marcharme.
—¿Y
ahora?
—Ahora
no lo sé —respondió Ash tras una nueva pausa.
—Arikel
—le dijo con tristeza usando su verdadero nombre—, por muy lejos que te vayas…
nunca conseguirás huir de ti mismo.
—Tú
tampoco conseguirás huir de lo que ha pasado, Yo. Por más que trates de
enterrarlo, no conseguirás que desaparezca —repuso Ash volviendo a mirar por la
ventana.
—Tienes
razón, pero yo decido si quiero hablar de ello o no. Y antes de que me digas
que debería contárselo… —dijo refiriéndose a Emu— deberías pararte a pensar que
saberlo no lo va a beneficiar en nada. Todo lo contrario.
—¿Piensas
que no sería capaz de soportarlo?
—No,
estoy seguro de que sería capaz de soportarlo, pero pienso que no tiene porqué
hacerlo.
—Es
posible… pero eso no te sirve para justificarte. Y, desde luego, no te servirá
si él lo descubre.
—Entonces lo mejor será que no lo descubra.
Estaban
todos listos para partir. Allí, de pie en el salón, junto a la puerta por la
que saldrían para desaparecer un momento después. Había perdido la cuenta de la
cantidad de veces que había pasado por la misma situación. Había pasado la
noche con Emu y eso no había sido suficiente. Cuando el sol salió, el seguía
viéndolo todo oscuro, como si aún estuviese dentro de aquel lugar lleno de
voces y sombras. Necesitaba el calor de Emu que le hacía olvidar el frío. Pero
Emu se marchaba con los demás. Al menos esta vez no se quedaría solo, pensó
mirando a Hylissa. Sospechaba que Vörj y ella habían pasado la noche juntos.
Los había visto salir de la habitación de la mujer justo cuando él salía de la
de Ash. Su hermano le pasaba el brazo por los hombros de una forma mucho más
relajada que antes, como si fuese algo que hubiese hecho siempre. Los dos se
miraban y sonreían. Sí, todo había empezado. Y él también hubiese sonreído, de
no ser por lo que les aguardaba. La tormenta seguía ahí fuera, esperando su
momento. Y el momento había llegado.
—Él
estará en la casa, esperándote —le dijo a Vörj—. Sabe que no irás solo.
—Bien,
porque ahora nosotros también sabemos que él tampoco está solo…
—Recuerda
lo que te he dicho, Vörj, debes centrarte en Emesh y en el portal. Deja que
ellos se encarguen de lo demás…
—Lo
recordaré, tengo un plan —Vörj sacó de su bolsillo la gema y se la entregó,
dejándolo atónito—. Es solo un préstamo, no te acostumbres. Tendrás que devolvérmela
cuando regrese…
La
sensación que siguió al primer contacto fue algo totalmente distinto, algo que no
había experimentado nunca. Se había preguntado muchas veces cómo sería, qué se
sentiría. Ya tenía las respuestas: era mucho más fuerte que el vínculo que lo
unía a sus hermanos, tal y como había imaginado, y lo sentía todo. Ella los
miraba a ambos sin entender, con la angustia de verlos marchar y de haber
perdido una parte importante de sí misma que había encontrado en su hermano.
—Lo
que tengo que hacer, Hylissa, no puedo hacerlo si estamos unidos —le explicó
Vörj cogiéndola de la barbilla—. Es más seguro así, y volveré a por ti después,
te lo prometo.
—Está
bien, te tomo la palabra.
Ash
lo observaba todo desde su lugar habitual, algo separado del resto, y Emu junto
a él, esperando el momento de la despedida con aprensión. Habían pasado la
noche juntos, aunque la había desperdiciado durmiendo. No hubiese podido ser de
otro modo dado el estado en el que estaba, pero le hubiese gustado poder
disfrutar de su compañía. Ser consciente del peso de su brazo sobre su pecho,
unos besos en privado. Besos que había echado mucho de menos.
—Emu,
te esperamos fuera —dijo Ash saliendo por la puerta.
—¡Ash!
—lo llamó— Una cosa más…
Se
alegró más que nunca del don de su hermano, tan oportuno en esos momentos. Por
saber lo que necesitaba, y por tener ocasión de decirle algo sin expresarlo con
palabras, dejándolo leer para que quedase entre ellos. Algo en lo que también
había pensado desde que Arikel regresó y que se había reforzado tras su viaje,
tras estudiar el vínculo ficticio que unía a Vörj y a Emesh. Él podía hacer uno
similar para Ash, uno que volviese a unirlo a ellos, únicamente a los tres. Una
torpe pierna de madera que sustituyese a la buena, pero una pierna a fin de
cuentas.
—Lo
pensaré —dijo Ash, la media sonrisa de vuelta, similar a un tajo en la boca.
Ash
salió tras despedirse con un gesto de cabeza, con Hylissa y Vörj pisándole los
talones. Y se quedó a solas con Emu, por fin. Se abrazaron, se besaron… Y solo
tenía ganas de llorar. Por Emu, que se iba al infierno y por él, que había
vuelto de allí.
Cuándo
fue a reunirse con los demás, Yo se quedó en la casa. Nunca salía para verlos
desaparecer. Se quedó en la casa, de espaldas a la puerta por la que Emu se
había ido.
* * *
Hylissa
entró de nuevo, con una sensación de desasosiego pegada al estómago. Él ya no
estaba… Y la pérdida sólo se apaciguaba con la dulce presencia de Yo. Aún en
ese momento difícil la luz que desprendía la colmaba de una paz desconocida
hasta entonces. Se sentía limpia. El contacto había sido como un fogonazo, un
destello infinito, luminoso y ensordecedor. Su presencia era tan blanca por
dentro, como lo era por fuera.
Se
sentaron los dos en uno de los enormes sillones del salón, ella recostada sobre
él. Abrazados, porque no podían estar de otro modo. Yo buscó su mano y los
dedos de ambos se entrelazaron de forma instintiva, recordando el camino que
habían aprendido. Y apoyó la cabeza en su hombro, para que él pudiese llorar
sin que ella lo viese. Sin decirse nada, porque no había nada que decir.
No
supo discernir cuánto tiempo pasaron así. No mucho, en cualquier caso. Hasta
que la puerta principal se abrió, y por ella entró alguien a quien no esperaba
volver a ver nunca más. Y su propio miedo fue superado por el pavor intenso que
sintió Yo a su lado.
—Pensé
que no iban a marcharse nunca… —dijo mirándolos a los dos, con una voz que le
heló la sangre en las venas.